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sábado, mayo 17, 2025
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Un cuerpo bendecido para la tentación

Edwin Rojas Meléndez

La literatura erótica narra la pasión, admiración y deseo que genera el impulso sexual, con lenguaje literario para no caer en la pornografía. Aun así, estos temas escandalizan a los moralistas calificándolos de pecaminosos, a ellos desaconsejo ojear este cuento de mi autoría escrito en abril de 2025, porque si lo hacen, terminarán leyéndolo de principio a fin.

Gaviota de río

Aún no terminó la secundaria cuando el gimnasio se doblegó ante ese cuerpo bendecido para la tentación. Máquinas y glúteos se conjugaron en feliz acuerdo, respingándole unas posaderas soberbiamente desafiantes. Acababa de jubilarme cuando la conocí al entregarle el celular que encontré timbrando junto a la quebrada. Cuando contesté la llamada, del otro lado de la línea llegó una voz suave con un tonito manipulador; esas voces susurrantes que te someten dulcemente a lo que venga.

—Aló— ¿Con quién hablo?

—Con Pedro—. Respondí, mintiendo. El primer nombre que se me ocurrió fue el de mi padre.

—Señor—. Gracias por contestarme. ¡Qué buenito que es usted!, devuélvame por favor mi celular porque me hace mucha falta para estudiar.

—No tengas ninguna duda que te voy a devolver. Ven a recogerlo en la cafetería donde estoy.

—¡Voy en este momento! ¿Dónde queda la cafetería?

Llegó y me enredó las neuronas

Le di la dirección esperando con el corazón inquieto, hasta que llegó echando un vistazo a la cafetería por todos lados, y estoy seguro, que con solo ver mi imagen de hombre perdido con la mirada al techo sin saber qué hacer con la cucharilla entre los dedos, supo que era yo a quién buscaba encaminándose directamente a mi mesa. Ni bien se acercó, vislumbré que era una mujer que sabe con certeza el poder de su belleza con ojos de luciérnaga. Generosa ella, viéndome inmovilizado por la turbación, me extendió la mano que yo aprisioné callado.

—Usted es don Pedro—

—Si—. Respondí. ¿Aceptarías que te invite un café?

Sin contestar se sentó frente a mí, hablándome con la fina ironía de mujer amazónica. Dijo llamarse Dalia, que amaba a los gatos blancos, a las flores y un refrescante baño en las frías aguas del riachuelo. Lo escuchaba en silencio gozando con la fragancia perturbadora que emana del cuerpo de mujer joven. Llegó con un vestido ajustado al cuerpo que le caía desde los hombros hasta más arriba de las rodillas. Un escote prolongado mostraba la línea divisoria de los senos atrevidos, indómitos, subiendo y bajando al compás de un vals de Chopin. Más abajo, pegado al estómago, un cariñoso vacío revelaba la ubicación exacta del ombligo. Pero, recién pude apreciar su cuerpo perfectamente esculpido, cuando dejó la mesa para ir al baño caminando con la cadencia de una melodía salvaje, como gaviota de río paseando por los humedales removiendo el barro con el pico curvo. Me trastorné hasta el punto de sentirme cundido por gaviotas animosas haciéndome cosquillas por todo el cuerpo.

Gracias Gabo

Tomamos café conversando de todo sobre literatura. Le comenté sobre el ardor sexual sin freno de la familia Buendía en la novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Para mi sorpresa, pidió que le contara los detalles de los encuentros de sexualidad sin freno de Rebeca con José Arcadio, El gitano, de esos gritos de placer que despertaban a todo el barrio hasta ocho veces en la noche y tres veces en la siesta. Cuando vi a sus ojos sumergirse en la humedad de la excitación, supe que estaba frente a una aventura total que por nada del mundo iba a perder. Sin duda que estaba en el momento crucial del éxito o el fracaso. Así que sin dejar nada a merced del destino. Le dije:

—Dalia, sería un desperdicio seguir conversando sin tomar un buen vino escuchando la música que tu prefieras.

—Yo también creo que sí—. Cuando salimos de la cafetería en las campanas del reloj público repicaban las siete de la noche.

No importa que el amor llegue con retraso

Mientras caminábamos, no me cabía ninguna duda que iba a vivir el debut y despedida, de los encuentros apasionados que al jubilado llega como premio póstumo. A su lado, imposible no recordar la canción Candilejas de Charles Chaplin: Tu llegaste a mí, cuando me voy. / Eres luz de abril, yo tarde gris. Acepté resignado que los años no retroceden, que las aventuras hay que vivirlas sin que importe que el precio a pagar sea el infierno, porque más pronto que mañana, todo termina y solo queda la nostalgia.

Referencia.

“Debo aclarar que no es la vida mía y cualquier coincidencia es pura fantasía.”

Canción: Debut y despedida, autor Bernardo Mitnik, Chico Novarro (Argentina 1934-2023)

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