Por: Alberto Cabrera Marina
El Estado peruano está lleno de plata. Solo en lo que va del 2025, la Sunat recaudó 12% más que el año pasado, alcanzando cifras históricas gracias al alza del cobre y el oro, que a su vez elevaron el Canon Minero a niveles jamás vistos. El Banco Central de Reserva (BCR) acumuló al 31 de julio las más altas reservas internacionales de nuestra historia: US$ 87.761 millones, con tendencia al alza. ¡Ya quisieran muchos países tener esta solidez macroeconómica!
Pero mientras las arcas del Estado rebosan, la otra cara es la de la gente de a pie. El contraste es evidente: el pueblo sigue sin trabajo, la pobreza y la informalidad crecen, y el hambre y la delincuencia se vuelven insoportables.
El esfuerzo contributivo de empresas y ciudadanos no se traduce en servicios públicos dignos. Seguimos con agua y desagüe deficientes, educación y salud precarias, justicia inexistente.
El enorme esfuerzo contributivo de la ciudadanía y las empresas es pésimamente correspondido por el Estado. Y no me refiero al ámbito macroeconómico, donde estamos bien. Me refiero a la gestión de los servicios públicos, salud, educación, servicios básicos sin norte. Mientras la burocracia inútil crece ante el beneplácito de un gobierno endeble, gestiones regionales con poca visión y alcaldes que han construido sus improductivos y grises feudos.
Y aquí, en San Martín y en la Amazonía, la falta de liderazgo nos pasa la factura. Nos han pintado una región “verde, productiva, revolucionaria y transparente”, pero la realidad es otra. ¿Podemos hablar de mejorar la producción y productividad agrícola sin tecnología?
Tenemos una vieja infraestructura de riego, y aunque los políticos prometen cambios en citas, reuniones y mesas de trabajo, avanzamos a paso de tortuga. La frase ya conocida “el Estado es así, tiene sus parámetros” se ha convertido en excusa para justificar la ineficiencia.
Lo paradójico es que tenemos lo más importante: el empuje de la gente del campo y de las ciudades, pero ese esfuerzo no se aprovecha. El Estado está lleno de plata, pero en vez de convertirla en motores de inversión y empleo formal, se pierde en corrupción, burocracia y clientelismo.
Si el desempleo es el mayor problema, y la inversión privada la mayor generadora de trabajo, ¿qué sentido tiene seguir exprimiendo a las empresas con altas tasas de Impuesto a la Renta (IR) e impuestos al consumo, cuando lo lógico sería bajar tributos y fomentar la reinversión?
El agro no genera progreso ni bienestar con discursos, sino con tecnología, innovación y gestión transparente.
Hoy, el gran problema de fondo no es la falta de dinero: es la falta de liderazgo en todos los niveles, público y privado. Y esa ausencia de liderazgo nos está pasando la factura…no bastan verbo florido, es tiempo de pasar a la acción con actores que se la jueguen de verdad y el pueblo condenar a quienes intenten seguir traficando con la sana voluntad de nuestra gente, necesitamos gente que en verdad juegue el pardito dentro y fuera de la cancha.





