Leí hace poco un artículo del New York Times en el que trataban acerca del divorcio de la estrella de la NFL, Tom Brady y la supermodelo brasileña Gisele Bündchen. Allí mostraban cómo la carrera de la brasileña se vio truncada, y renunciando a ella para permitir el éxito de la del esposo. Un caso similar fue el del peruano Paolo Guerrero que prohibió trabajar a su ex novia Alondra García Miró mientras duraba su estadía en Río, a pesar de tener ella bastantes ofertas de trabajo en tierras cariocas. Y ni qué decir cuando los medios de comunicación españoles señalan a Shakira como “la esposa de Piqué”. Un ninguneo absurdo ya que la cantante colombiana es infinitamente más famosa y talentosa que el veterano jugador del Barza.
Todos estos casos están tan normalizados en la sociedad que suelen ser imperceptibles en muchas personas, pero que, haciendo un ligero esfuerzo nos daremos cuenta de cuan arraigadas están en nuestras formas de interacción. Algunos casos que me ocurrieron: Yo no soy muy fanático del ceviche, pero mi pareja sí, así que yo la acompaño a darse sus gustitos, pero la persona que nos atiende siempre me entrega el pedido que hizo ella. Es decir, asumen que el que va comer soy yo. Igual pasa cuando ella pide la cuenta; otra vez asumen que el que va pagar soy yo. En otra oportunidad fuimos a averiguar el precio de una cocina para mi suegra. Mi pareja fue la que hacía las preguntas, pero el vendedor dirigía las respuestas hacia mí, por más que yo no había dicho ni una palabra y que me había apartado hacia un lado para no interferir en el diálogo. Y así se repiten constantemente estos episodios que pueden venir ya sea de un hombre o una mujer. Y esto pasa con todos.
En la magistral serie televisiva ‘El cuento de la criada’, un grupo fundamentalista religioso llega al poder en los Estados Unidos, en donde la mujer cumple el rol de máquina de parir hijos y los hombres son “amos” de sus mujeres. Pero la realidad supera a la ficción pues en el 2019 la congresista de entonces, Tamar Arimborgo, afirmaría que el “sexo es para procrear y no para el placer”, o la acostumbrada alocución de muchos feminicidas que, actuando como amos, le dicen a su víctima “si no eres mía, no serás de nadie”.
Este tipo de acciones y formas retrógradas de interacciones humanas no van a desaparecer de la noche a la mañana y seguirán ocurriendo, por lo que tenemos la obligación de hacer ver que estas acciones no son propias de una sociedad moderna, justa e igualitaria. A nadie le gustaría que una hija, una hermana o una madre, vea sus sueños y anhelos frustrados porque una sociedad conservadora ya determinó para ella roles que están obligadas a seguir. (Comunicando Bosque y Cultura).