No solo se trata de vivir, sino de dar algo más de lo nuestro. Y en la vida tenemos tantas oportunidades de darle a la gente, y a nosotros mismos, ese adicional para hacer gratos los momentos con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo y a toda esa gente, que no siendo amiga, forman parte del entorno, porque no vivimos en una isla, pues somos integrantes de un círculo en donde tenemos que compartir con gente valiosa y con muchos que no son. Ese primer valor puede ser una sonrisa sincera, un saludo amable o un estrechar la mano con calidez.
El arte del buen vivir consiste en darse cuenta a tiempo de los propósitos de la gente manipuladora, que pasa por amable, aparentemente empáticos, pero que dan sus zarpazos justamente en ´ese´ momento. Y todo ello forma parte de eso que llamamos ´cálculo´. Eso no es darle valor agregado a sus vidas. Pero no podemos pasarnos ojo avizor sobre estas situaciones, porque perderemos los momentos que necesitamos para ser nosotros mismos y vivir proactivamente para los demás. ¿Y cómo es vivir proactivamente? Pues, viviendo con propósito. Dándole sentido a nuestra vida en todos los momentos buenos y malos. Como decíamos al inicio del artículo: dar algo más de nosotros mismos para que las cosas salgan mejor y podamos trascender.
La administración pública es uno de esos espacios en los que tenemos oportunidad de darle ese valor agregado a nuestro trabajo, a nuestro desempeño. Como alguna vez diría John Kennedy: “hay que justificar nuestro sueldo”. Pero, ¿cuántos de nosotros llegamos a la administración pública para que las cosas cambien para mejor? ¿O para que no cambien? ¿Cuántos llegan por un favor político pero, siendo desleales a ese favor no se comportan adecuadamente? Porque la función de todos es sumar esfuerzos, generar actitudes positivas, crear condiciones de climas laborales sinceros, empáticos y constructivos.
Cuando las gerencias de las organizaciones tienen poca o ninguna visión para el cambio, en ellas se produce el desconcierto, que termina llevando a una situación de abulia, construyendo entornos rutinarios, de pasarse el tiempo solo en reuniones improductivas y pasarse solo llenando cuadros. Las instituciones terminan convirtiéndose en entidades que no aportan en el éxito de la gestión. Cuando los gerentes de esas instituciones tienen poca o ninguna vocación democrática, además de creerse “las últimas chupadas del mango”, sus gestiones terminarán en desastres; o sea, sin pena ni gloria.
Cuando los alcaldes, regidores y funcionarios no tienen vocación democrática, siendo analfabetos en la esencia de la gestión pública, no siendo receptivos a las iniciativas ciudadanas, serán incapaces de darle un valor agregado a sus gestiones. Sus reuniones de trabajo solo serán conciliábulos mediocres y tenebrosos, en donde el alcalde impondrá su criterio, y los pueblos perderán una vez más la oportunidad de crecer y construir una ciudad en donde todos tengan su espacio público para desarrollarse sana y libremente….Pues estamos advertidos.