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viernes, mayo 23, 2025
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El valor de la gratitud

“Todo nuestro descontento por lo que nos falta es el resultado de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos”, es una frase de Daniel Defoe. Pero, también, es por lo que recibimos. Cuando no hemos aprovechado ese momento para expresar nuestra gratitud, nuestra conciencia nos lo reclama y no hay peor castigo porque sentimos un vacío en nuestras vidas. Al agradecer nos liberamos.

Si evaluamos nuestras vidas nos damos cuenta que es más lo que recibimos que lo que damos. Es una suma de acciones, como la persona que te devuelve la llamada por el teléfono, que te contesta tu mensaje en el Facebook, en el correo electrónico no solo con un “OK”, “Hablamos” o un monosílabo frio y distante. Creo que el Facebook es el que calibra las relaciones y los vínculos; entonces sabes de manera real para quienes cuentas, a quien le importas.

La gratitud es nuestra carta de presentación. No hacerlo es la expresión de las propias miserias, porque nuestras vidas son el logro de los beneficios que recibimos de otros por un conjunto de gestos, actitudes, decisiones y sus tiempos que nos regalan. En un artículo anterior les conté que una amiga que me visitó tocó el tema de este valor y siguiendo sus recomendaciones comencé a recoger en un cuaderno los nombres de esas personas que le han dado valor a mi vida. La experiencia nos enseña que es cierto aquello de que “la vida da vueltas”. Me falta publicar mi gratitud a esas personas generosas de los últimos veinte años.

Cierta vez cuando visité a un amigo en el hospital, al verlo muy mal y al entender sus expresiones le pregunté de qué se arrepentía en la vida y dijo que no había sabido expresar sus emociones de ser grato con la gente. Había tomado la vida muy a la ligera y creía que esas sencillas expresiones de gratitud no eran admisibles en una persona que se respetara. El Ing. Gonzalo Villavicencio Aguilar me diría alguna vez en una conversación privada: “Quien siembra cosecha”. Esta frase tiene su historia.

Nuestro vivir tiene significado no por lo que hacemos, sino por lo que otros hacen por nosotros. He enseñado a mis hijos y mis nietos que tengan el coraje de la indignación, pero que sus corazones no se enturbien con el rencor y el resentimiento; que sean agradecidos y que no pierdan la oportunidad de expresarlo. Nada más tóxico que las bajas pasiones que destruyen nuestras vidas, y el diario vivir nos permite hacer un inventario de aquellas personas valiosas que confían en nosotros.

Porque la vida es la oportunidad de servir, en dar oportunidad a otros y reconocer sus méritos. Y tenemos que aprender a estar preparados para los golpes. Unos amigos dicen que los golpes duelen más cuando te lo propinan esas personas en quienes alguna vez confiaste y que no quisieron darte una oportunidad. Todos tenemos nuestra propia fauna de ingratos, dicen, pero apoyémoslos cuando la rueda de la fortuna da sus vueltas.

El ser agradecidos nos hace crecer como personas. Jamás escupas en el plato en que comiste, diría un día William Sánchez Falcón, de Cuñumbuqui. Porque he escuchado a personas denostar de aquellos que alguna vez les dieron la oportunidad de un trabajo, pues ´terminan mordiendo la mano del que comieron´. Por eso, guardo un eterno agradecimiento a aquellos que alguna vez me dieron la oportunidad de ser parte de sus gestiones, igual que con mis hijos, y los tengo registrado en un libro al que llamo el Libro Celeste. Agradece a esas personas que un día compartiste su mesa y te buscaron para decirte que como persona tienes un valor y que todavía ´no fuiste´. Finalmente, indígnate sin rencores ni resentimientos.

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