Ha comenzado la fiebre para las nominaciones de aquellas personas que dizque van al Congreso para servir al país. Muchos van para servirse ellos mismos y gozar del relativo prestigio que da el ser congresista. Algunos van para disfrutar de esas medias horas de gloria, porque muchos se masturban con aquello de “buenos días, señor congresista”, “mande usted, señor congresista”; “al señor congresista no le gusta eso; se va a amargar y mejor no toque el tema con él”, “el señor congresista va a discutirlo en el pleno”, etc. La última: “el señor congresista no le debe a nadie; él está aquí con su plata”.
No podemos dejar de decir que ya comenzamos a llenarnos de terror, cuando vemos quienes encabezan las listas; por ejemplo, en Lima, el “popular” Mefistófeles, quien, a toda opinión contraria a la de él lo considera un insulto, está en el primer lugar y el país, obviamente, está horrorizado, porque “el pelao” ¿qué de bueno puede ofrecernos pues, estamos seguros, es el más ruin de los políticos y a quien aún no le han llamado para que explique sus conversaciones con Hinostroza? Y en San Martín, ¿cómo andamos? Auscultando el panorama, dizque aparecen nuevos rostros, pero con los mismos vicios. Y, por ahí anda un cucufatón, que se ha construido una imagen de demócrata pero que, en el fondo, tiene el pensamiento de Becerril y Rosita Bartra.
Después del cierre de ese antro al que Alfonso Barrantes Lingan llamaba El Establo, nada podrá cambiar con esos “nuevos” rostros, porque han nacido viejos para la política. A todos ellos se les podría aplicar aquella frase lapidaria, como a los emigrados de Coblenza, quienes, al retornar de su destierro y recuperar sus privilegios “nada habían olvidado, nada habían aprendido”. Esos nuevos rostros deben nacer para adecentar la política, olvidarse de sus taras y de sus líderes a los que elevaron al nivel de divinos. Estos partidos viejos deben renovarse con otra gente y no con los entornos. En estos partidos con “tradición” debe practicarse la tierra arrasada para barrer con todas esas lacras y máculas que, increíblemente, siguen aún en la escena política.
Desgraciadamente esa llamada “clase política” sigue viviendo tras bastidores. A ellos no les interesan los problemas de los agricultores. Para esto “el problema” son los agricultores clientelistas y que desean vivir del paternalismo, cuando el verdadero problema es el de la carencia de una política de estado con compromiso. Aplauden las exoneraciones a los poderosos, pero se escandalizan cuando se habla de un programa financiero al agro. Para esa “clase”, el problema del deficiente acceso a los servicios de salud es la gente que trabaja en los establecimientos y no el enfrentar el problema de fondo teniendo una clara visión. Se emocionan y baten palmas cuando se mantienen los privilegios de sus amos mentales. El esquema mental de esa clase es: que ganen primero los grandes y lo que queda para el resto. Es el neoliberalismo y el “libre” mercado que emociona y sublima a algunos.
¿Usted quiere ser nuestro congresista? ¡A usted le mandamos al Congreso para que defienda nuestras propuestas y no a defender a sus líderes delincuentes! ¡A promover las leyes fundamentales que necesitamos! Después, ¡usted tendrá que rendirnos cuentas!