El año pasado viajé a gran parte de Latinoamérica para conocer los ejemplos que existen de gestión territorial, gracias a un proyecto que ganamos junto a Amazónicos por la Amazonía. Entre los países que llegué a conocer estuvo Venezuela, que para mí, un confeso militante de izquierda hasta ese momento, fue una gran desilusión.
Esperaba encontrarme con contradicciones que me hagan saber que estaba equivocado el mundo cuando se decía que en Venezuela se vivía un estado de sitio promovido por el gobierno de Maduro, que disfrazaba las verdades de manera muy efectiva. Lamentablemente llegué a conocer que nada de lo que se decía era mentira, de boca de los venezolanos.
La gente en las calles, sin dudarlo, pero con cierto temor, nos contaban lo terrible que era vivir en un país en el que escaceaban desde las medicinas, hasta los productos de primera necesidad, como el papel higiénico y la carne.
La propaganda en las calles era abrumadora y las mentiras eran lanzadas las 24 horas del día por todos los canales de televisión. Por cierto, era irracional salir a las calles después de las siete de la noche, porque podías ser víctima de un disparo por delincuentes que llenaban las calles y eran auspiciados por un gobierno incapaz. Que ahora Venezuela quiera sacudirse de tales energúmenos es simplemente lógico. A mis colegas periodistas sanmartinenses les diría, que dejen de apostar por Maduro y por ese gobierno dictatorial enfermo. Me quedo chico contando lo que vi y viví. Con mucha pena escucho lo que sienten en Caracas y me solidarizo con cada uno de los ciudadanos que viven la pesadilla de Maduro. En San Martín, no somos los indicados para apoyar el despotismo.