Nos dejó Eloy Jauregui

“Sin exagerar, creo que he sido el hombre más feliz de la tierra» afirmaba en una entrevista.

Eloy Jáuregui escribía con el corazón, con el hígado, con las entrañas, y hasta con el estómago, pues le gustaba comer bien, cau cau, carapulcras, un buen cebiche, es decir, Eloy era el periodista que escribía con todo su interior, con pasión, como la pasión callejera por el fútbol, pícaro y agudo para  la charla, tenía en sus venas las  “herramientas de calle y callejón” como sólo él decía,  ese verbo le daban encanto a sus crónicas, por lo que fue bautizado como referente singular del periodismo peruano.

La crónica, el texto periodístico, se escribe con furia, decía él. Se escribe mirando con un ojo y viendo con el otro. Ah, y se escribe causando escozor, al poderoso, al indiferente, al despreocupado, como aconsejaban los maestros de antaño.

Ese Eloy Jáuregui, querido, homenajeado cada día por las generaciones de periodistas que buscaban seguir sus pasos, falleció un domingo siete.

Eloy había sobrevivido al Covid, a las largas noches de bohemia, al conservadurismo limeño. Escritor, poeta y periodista, nació el 13 de enero de 1953, en Surquillo. Integró uno de los movimientos poéticos más característicos y callejeros del país, Hora Zero, desde 1971.

Se podían pasar horas con él, pues su inventiva era inacabable y su capacidad de tocar cualquier tema, con ingenio y altura, lo distinguían en cada esquina, en cada bar, en cada trayecto de la vida. Eloy convierte palabras en música o música en palabras. Leer a Jáuregui es una fiesta. Salsa para leer, ¡Eloy es la letra de la resistencia! ¡Abre qué voy!”  se lee en el prólogo de su libro Pa bravo yo, cuando la crónica es resistencia.

Últimamente se lamentaba de los pocos espacios que había para la crónica, para los textos con su dosis de literatura, en los medios de comunicación. «Vivimos en la eclosión de la prensa exprés, del periodismo selfi y de la autoficción láctea«, decía muy a su estilo.

Pero Eloy hasta el final de sus días, apostaba todavía por la crónica como una herramienta de atracción, por la belleza de la escritura, por las formas creativas de contar historias. «Hay que lubricar el cerebro, sus imágenes y su imaginación», pregonaba a los cuatro vientos.

Uno de los postulados que repetía ante los jóvenes encandilados por sus palabras era «para hacer periodismo hay que leer, leer, leer; escribir, escribir, escribir; y vivir, vivir, vivir intensamente».

Se sentía un cronista. Y lo era. Y, por eso -reconocía-, tenía tantos amigos como antagonistas. «Me quieren y me odian». Pero no pasaba inadvertido. Y era lo que quería, provocar, encender, motivar. Nunca la indiferencia.

Por tu nobleza, gracias maestro que, a la vuelta de la esquina, seguro que nos volveremos a encontrar.  

Algunos de sus libros de crónicas periodísticas son Usted es la culpable (2004); Profundo vello (o guitarra con cuerda rota) (2010); Pa’bravo yo: historias de la salsa (2011); El pirata: historias de la música criolla (2011); Sabor a mí: historias el bolero (2011); El más vil de los ofidios (2013); Tu mala canallada (2014); Caza propia: crónicas (2017); Una pasión crónica (2018).

Por tu nobleza, gracias maestro que, a la vuelta de la esquina nos volveremos a encontrar.  Por: Beto Cabrera Marina