Con el derrame de petróleo registrado frente a las costas limeñas, el peor del que se tenga registro en lo que va del siglo XXI en nuestro país, la desfachatada actitud de la empresa Repsol, que pretende no responsabilizarse de tamaño desastre desatado en sus narices, y los contubernios políticos de siempre, una marejada más oscura que el moribundo mar que la desidia humana deja tras de sí, no podría decirse que ha sido la mejor semana del año.
De hecho, cada semana parece traer titulares más desalentadores. Visto así, poco o ningún espacio queda para celebración alguna. Sin embargo, pese a ello, hoy me permito la osadía de reservarme un espacio para celebrar – con desvergonzada autocomplacencia – la mejor semana de mi vida en lo que va del nuevo año.
La semana que pasó recibí la noticia, por parte de los organizadores del V Concurso Nacional “Periodismo que llega sin Violencia” promovido – entre otros – por la ACS Calandria y el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, de haber ganado el primer lugar en la categoría televisiva por un reportaje que narra las experiencias de las ‘mentoras’, mujeres que voluntariamente guían a otras en el duro proceso de reconstruir sus vidas después de salir de ambientes hostiles y violentos en los que eran victimas de agresores que decían amarlas.
Al respecto, tal reconocimiento nacional me impele a reiterar los agradecimientos que ya esgrimí en redes: a las voluntarias que participaron en el trabajo periodístico, al Centro de Emergencia Mujer de Tarapoto y las instituciones que brindaron las facilidades necesarias para su realización, así como a mi aguerrida esposa, mi madre, mis hijas, y todas aquellas mujeres cuyas convicciones animan a otras que tampoco están dispuestas a darse por vencidas.
Me permito, asimismo, reproducir aquí parte de los testimonios recogidos en el reportaje titulado ‘Voluntarias contra la Violencia’ pues considero que el galardón obtenido es, a su vez, un reconocimiento a su abnegada y persistente labor. Y es que en la región San Martín, y en particular en la ciudad de Tarapoto, las mentoras han jugado un rol fundamental como lideresas de su comunidad, alentando a mujeres como ellas a retomar el control sobre sus vidas. Nicy Coral, mentora voluntaria, expresa su asombro por el panorama al que se enfrentaron. “Hemos encontrado que hay demasiada tolerancia a la violencia, que para una mujer es normal que su esposo la haga sentir menos, que sea la empleada de su casa. Que sea el hombre el que traiga la comida y por eso a la mujer la debe maltratar y humillar”, acusa con indignación.
Y no es la única. Isólida Murayari, mentora que fuera víctima de violencia en una relación anterior, relata lo vivido. “Un día mi pareja vino borracho. Me agredió delante de mis hijos y mis hijos se fueron encima de él. Eso me dio fuerza porque vi a mis hijos llorando, cosas que no deben ser. Tuve valor. Además una amiga del Vaso de Leche me dijo ‘vamos a esa reunión que está haciendo la psicóloga’. Ya no hay ningún problema, le respondí. Nos capacitaron y con base en eso estoy aquí”, recuerda.
La violencia contra la mujer todavía es un problema pendiente de solución en nuestro país. Pero, quizá, la solución esté ya a nuestro alcance gracias a aquellas mujeres que llevan a otras un poderoso y revolucionario mensaje: No estás sola.