La violencia juvenil volvió a teñir de sangre las calles de Yurimaguas. Un adolescente identificado como P.J.T.O. (16), estudiante del 4to de secundaria de una prestigiosa institución educativa, falleció tras ser golpeado salvajemente por pandilleros en plena vía pública, un hecho que refleja la alarmante descomposición social que atraviesa la ciudad.
Lo más indignante es que esta tragedia no es un hecho aislado. Desde hace meses, supuestas barras de Universitario de Deportes y Alianza Lima han convertido las calles en un campo de batalla. Peleas casi diarias, amenazas, golpes y destrozos ocurren a la vista y paciencia de las autoridades, que hasta ahora no muestran una estrategia clara para frenar la violencia.
Los vecinos confiesan que ya no sienten seguridad ni en sus propias casas. Se vive con miedo permanente, mientras la policía y autoridades locales brillan por su inacción. El resultado está a la vista: un adolescente muerto, una familia destrozada y una ciudad que se hunde en la desesperanza.
Por respeto a la institución educativa y a la familia, no se revela el nombre del colegio. Sin embargo, se conoció que el estudiante, desde el 2024, defendía la camiseta de Universitario de Deportes. La víctima fue golpeada sin piedad por un grupo de muchachos y murió con traumatismo encefalocraneano y fracturas en el cráneo.
La pregunta es inevitable: ¿cuántas vidas más deben perderse para que las autoridades reaccionen? La omisión y la falta de medidas concretas se han vuelto cómplices silenciosos de estos crímenes. Esto no se trata solo de peleas de pandillas, sino de una amenaza directa a la paz social y al futuro de nuestra juventud.
Yurimaguas exige justicia, seguridad y acción inmediata. La indiferencia oficial ya no es tolerable.
La indiferencia mata
No son de la “U” ni de Alianza. Son muchachos estudiantes, sin protección familiar ni social, influenciados por terceros. El Estado parece mirar hacia otro lado, mientras las calles se llenan de jóvenes atrapados por la violencia. ¿Dónde están los programas de prevención? ¿Dónde las oportunidades de educación, cultura y deporte?
Pero no todo es culpa del Estado. La sociedad también ha fallado. Nos hemos acostumbrado a convivir con la violencia, a culpar únicamente a los jóvenes sin cuestionar el entorno que les ofrecemos. La indiferencia ciudadana se convierte en cómplice, igual que la inacción oficial.
Si de verdad queremos frenar a las pandillas, se necesita un plan integral: policías que actúen con inteligencia, escuelas que retengan en lugar de expulsar, familias que acompañen en vez de desentenderse, y comunidades que abran espacios de deporte, arte y trabajo digno.
Cada adolescente que muere en estas circunstancias —al igual que quienes se quitan la vida— representa una derrota colectiva. Yurimaguas no puede seguir perdiendo a su juventud en las calles. Las autoridades tienen la obligación de reaccionar con firmeza y visión, y la sociedad el deber de no callar más.
Porque cuando la indiferencia se normaliza, lo que avanza es la barbarie.