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jueves, mayo 2, 2024

Autotestimonio de un lameño

Subía por el jirón San Martín en la ciudad de Lamas, llevaba en la mano un reloj, marca Seiko, era tan simple, había comprado en el mercado a precio popular. Ya para llegar a la plaza de armas, encuentro a un policía que bajaba directo a la comisaría donde laboraba; era tan miserable este policía que tuvo una actitud tan deleznable contra mi persona, y las veces que la veo hoy en día, después de aquella escena de más de 40 años, me remuerde una rebeldía interna como para masacrarlo y romperle el podrido seso que tiene.

Me decía entonces aquella piltrafa y deshecho humano que parece ya hoy en día, “que bonito reloj llevas puesto en la mano”. Adolescente como era por entonces, me detuve, sin saber con la mente inocente que tenía, el gran basural que él tenía en su malévola mente y en su insana y condenable intención.

“Te le voy a comprar, vamos a la comisaría”. Fueron sus frases llenas de ponzoña y actitud delincuencial. Hoy mirando mi inocencia de aquel pasado, comprendo qué tan frágil es muchas veces un adolescente, al mismo tiempo condeno lapidariamente a este deshecho humano que seguramente sigue indebidamente recibiendo su sueldo del Estado como cesante.

Cometí el gran error de seguirle a este delincuente. Estando ya al interior de la comisaría, el desgraciado policía me ordena que me quitara el reloj. Estando ya en sus manos me dice que el objeto que tengo es robado, y que debo quedarme detenido. Al delito y actitud salvaje de este policía, cuyo nombre es Derrámico, se sumó la complicidad de otro policía delincuente que no solo le dio la razón al salvajismo de su colega, sino que me propinó varios puntapiés que quedaron selladas no en mi cuerpo, sino en mi mente, que recuerdo tan fresco como si fuera ayer.

En un pueblo chico todo se conoce de inmediato, y todos nos conocemos como a la palma de nuestras manos. La comisaría funcionaba en la misma esquina del jirón San Martín cuadra tres. Funcionaba ahí desde un principio, era muy lejos lo que le esperaba a esta comisaría en el futuro, pues en 1993, al hacer su primera incursión el hoy fenecido grupo guerrillero MRTA (Pues su segunda incursión lo hizo en 1994); este movimiento emerretista al puesto policial lo destruyó a pedazos con fuertes en incendiarias instalazas.

La calle donde la comisaría era instalada, era muy fluida: otros subiendo, otros bajando; es decir, como era tempranas horas de la mañana, la gente se iba y regresaba del mercado. Eso era lo que yo también hacía, estaba yéndome al mercado, como siempre lo hacía, a tomar mi jugo surtido con papaya y plátano guineo, algunas veces, y otras veces tomaba café con ponche.

Ya no llegué aquel día a cumplir esta rutina mañanera por la interferencia de aquel odioso a muerte y miserable policía.

En aquella época y en mi pueblo de Lamas, mucho más, era raro ver a una persona común y corriente en la comisaría, más aun tratándose de un menor de edad.

-“¡Qué ya vuelta hace el Ricardo en la comisaría!”. –Era la expresión asustada de una de mis vecinas de la casa, llamada Suiza. La veo temerosa y preocupada que se acerca al umbral de la comisaría, agarrando una fuerte talega, donde llevaba sus productos que había comprado en el mercado.

-“¿Qué haces aquí Ricardito?- me decía, sollozando y despacito.

Antes que yo hable, el mal policía me adelantó respondiendo:

-“¡Está detenido!”.

-¡Mamita! Reacciona doña Suiza- ¿Por qué señor policía? “Vamos rápido hijita” –le decía a su nietita que le acompañaba-, “vamos a decirla a tía Amelia”.

Minutos más tarde llega preocupada y cansada mi querida madre, que en paz descanse. Con este auto testimonio a mi querida madre desde que se murió le voy mencionando en varios trabajos tanto en verso como narrativos.

-“No se preocupe, doña Amelia”- le decía-, un tal Rudencio, que entonces era sargento, quien se convirtió en cómplice, primero de aquél mal policía, que en vez de ser escudo y guardián de las personas, cometió el delito por secuestro y calumnia; cómplice al mismo tiempo, por las patadas salvajes del segundo policía.

El mal llamado sargento escribió algunos garabatos y términos mal escritos y con tanta bajeza testimonial, pues en un pueblo sano e inocente, nada malo pasaba y como tal no tenían ningún hecho o acontecimiento para registrar en sus empolvados cuadernos algún trabajo de investigación, ni mucho menos con partes de castigo de algún ciudadano.

A pocos minutos salí acompañado con mi querida madre. Mi madre como persona humilde, y yo muchacho aún, no nos vino a la mente para entablar a esos bastardos y mal llamados policías, un juicio por calumnia, secuestro y reparación civil.

 

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