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martes, mayo 7, 2024

La sociedad criminalizada

a través del cristal
Willian Gallegos Arévalo
columnista

Vivimos tiempos en los que todo el mundo está bajo sospecha. Toda la tecnología pareciera haberse puesto al servicio de la vigilancia del Estado hacia sus ciudadanos, pues lo que ha ocurrido en los Estados Unidos es una muestra de ello. Porque todos estamos casi fichados en esa red con los ciudadanos dentro de la telaraña y casi sin tener ninguna escapatoria.

Para luchar contra los criminales reales, supuestos, ficticios y potenciales, el Estado ha organizado toda una legislación para “prevenir” (anticipar y advertir) a los ciudadanos que si cometen un acto ilícito no les queda sino largos años de carcelería, porque para este mismo Estado todos sus ciudadanos o son criminales o están en camino para serlo. En esa entidad, la “justicia”, que es parte de la superestructura del Estado, los actos que se realizan, son insumos para la “justicia”, porque para esta ningún acto está exento de objetivos protervos. Ahí tenemos las diversas tipificaciones, y dentro de ello, la más perversa que son  las concertaciones (para los fiscales siempre serán ciertas) para cometer latrocinios. De este modo se tiene a ciudadanos por largos años con notificaciones y citaciones. La “justicia” ha creado un escenario que no es sino el infierno.

Para quienes administran justicia –porque viven ojo avizor para sentenciar y castigar a los ´malvados´– todos los demás, menos ellos, son delincuentes. Póngase usted cerca de un juez y mírelo a los ojos; o salude a un juez mientras usted, por esas cosas de la vida, esté en el bando de los justiciables, pues jamás le contestarán el saludo ni le obsequiarán una sonrisa. ¿Son seres felices?

Uno de los más grandes bribones que dado la política peruana dijo alguna vez una frase al estilo Al Capone: “El hecho que una persona sea demandada penalmente no significa que sea corrupta”. Estas frases no fueron recogidas por la prensa escrita, sino por la televisiva, y me consta. Al Capone, cuando le capturaron, dijo: “Bajo este pecho existe un corazón incapaz de hacer daño a nadie”. Ambos, por supuesto, jefes de verdaderas mafias. Y solo para quienes no conocen la vida del mafioso napolitano: ¿Cuántos crímenes podría cargársele a su cuenta? ¿Y a la cuenta del mayor mafioso de la historia política peruana?

Resulta absurdo que la administración pública peruana se desenvuelva dentro de escenarios de miedo. ¡Que te cae un proceso administrativo!, advierten. ¡No; o ellos o mi pellejo!, dicen los miembros de las Comisiones de Procesos Administrativos Disciplinarios. ¡Eso tendrán que explicarlo al juez!, dicen los asesores jurídicos. ¡´Bienechito´, por fin le han agarrado!, dicen los rencorosos y resentidos. Total, un escenario más de la sociedad criminalizada, porque este perverso esquema ha hecho desaparecer –aunque parezca absurdo decirlo- los valores de la confianza, los actos de buena fe, el valor del servicio por el servicio mismo.

¿Cuántas personas viven ahora mismo el drama, cuando no tragedia, de sus vidas criminalizadas? Y vea usted los expedientes judiciales convertidos en mamotretos monstruosos. Porque hay juicios que duran la mitad de una vida. Y bien: ¿hasta cuándo tendrán los ciudadanos que soportarlo? Porque creo que ha llegado el momento de mejorar los procesos de administración de justicia. Lo he dicho varias veces: ¿Necesitamos hacer una revolución en la justicia! ¿Y quiénes deben hacerlo? ¿Los abogados?… Una vez más me remito a una frase célebre de George Clemenceau.

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