Como en una cita romántica, con luz tenue, música, vinito y bastante pasión. Sintiendo esas mismas ganas de soñar, de ser libre, de poder hacerlo todo sin restricciones. Como en aquellas escenas en las que un abrazo y un beso te dejan sin aire. Así me siento, aún pensativa, melancólica y con esa pregunta que me ronda la cabeza: ¿Salimos?
En San Martín como en otras regiones, la cuarentena focalizada ha sido suspendida y desde el 1 de setiembre el tránsito de personas y vehículos es totalmente normal, al igual que el transporte interprovincial y el sector comercial de la zona. Sin embargo, los toques de queda a partir de las 10 pm se siguen manteniendo y los domingos, cero movimiento en las calles.
Muy bonito todo en teoría, aunque para ser sincera, la normalidad a la región llegó hace mucho, a pesar que los decretos decían todo lo contrario. Las personas abrieron sus negocios desde hace meses atrás, los deliverys funcionaban sin protocolos autorizados, las fiestas a puerta cerrada y no tan cerrada, eran pan de cada día. Así estuvimos, estamos y estaremos, porque mientras las autoridades no pongan todo el rigor para cumplir con las medidas establecidas y nosotros no seamos responsables con nuestras acciones, nunca saldremos de esta pandemia que viene quitando la vida a más personas.
Muchos aún no caen en cuenta que toda esta situación puede alargarse más tiempo del previsto y que la crisis económica traería consecuencias lamentables. Si seguimos así, el panorama no es nada alentador.
Si tan solo hubiésemos cerrado las puertas y protegido a nuestros familiares y amigos, este virus no habría escalado tan alto. Es momento de decidir, si salir es bueno o todavía no.
Algunos desde el 1 de setiembre se sienten como si hubiesen estado en prisión, con ganas de beber todo el alcohol, de divertirse, de quitarse la mascarilla para fumar, besar y abrazar, sin total restricción, tirando todo al tacho de basura y poniendo en riesgo a todos.
Otros, como yo, estamos horrorizados, con ganas de hacer muchísimo, porque es normal sentir el deseo de hacer lo que antes acostumbrabas, pero al mismo tiempo hay un miedo que invade y carcome el alma. Ese miedo que nos hace preguntarnos ¿Salimos o todavía no?
Mientras tanto, el gobierno emitió un decreto supremo (DN° 027-2020) que amplía la declaratoria de emergencia sanitaria a partir del 8 de setiembre del 2020 por un plazo de 90 días calendario, es decir, hasta los primeros días de diciembre.
Así que no tenemos de otra, este virus ya se volvió parte de nuestras vidas durante este año, desde Semana Santa, Día de la Madre, Día del Padre, San Juan, Fiestas Patrias, Santa Rosita de Lima, el cumpleaños de mi esposo (que es hoy) y el mío, el Señor de los Milagros, Navidad y Año Nuevo.
Pero no importa, para qué celebrar si todavía la irresponsabilidad mata a jóvenes en discotecas. Para qué celebrar si la incredulidad de algunos hace que sus familiares mueran. Para qué celebrar si siempre va reinar más el dinero y la corrupción, que la salud y la felicidad.
Todavía podemos hacer las cosas desde casa. Dejemos que en las calles estén quienes de verdad lo necesitan. No cuesta nada restringir nuestras salidas, no actuemos solo porque sí, es cierto, ya no estamos en cuarentena focalizada, pero mejor sigamos pensando que sí lo estamos.
Sal de casa lo menos que puedas, sigue usando mascarilla, uno nunca sabe quién puede estar contagiado. El alcohol y la desinfección ya es parte de nuestro hábito, sigámoslo haciendo. El truco está en cuidarse, esa es la verdadera magia que aleja al virus de nuestro cuerpo y de nuestra casa.
Si más personas pensáramos de ésta manera, las cifras empezarían a disminuir y podríamos decir que ¡por fin! vencimos al Covid- 19, mientras tanto, nada es seguro.
Desconfía del vecino, de la señora del mercado, del señor de la tienda de la esquina de tu casa, desconfía de tus familiares, desconfía de todos, solo confía en ti, porque solo tú sabes, si te cuidas o no.
¿Salimos? No mi amor, todavía no, mientras tanto sigamos haciéndolo en casa…