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lunes, abril 29, 2024

Manifiesto Impopular

La presidenta del Congreso, según declaraciones de parlamentarios españoles, va a España a dar rienda suelta a sus prejuiciosos delirios y solicita que no se reconozca al régimen de Castillo para salvar al Perú del “comunismo”. La Comisión de Etica parlamentaria – presidida por la congresista sanmartinense Karol Paredes – blinda a un integrante de la bancada fujimorista acusado de agredir a su expareja y luego (tras la indignación ciudadana y el ridículo en televisión nacional) se ve obligada a recular y admitir la investigación en su contra. Por su parte, la Comisión de Educación aprueba sendos dictámenes para bajarse la reforma universitaria, pretendiendo asegurar la continuidad de las universidades no licenciadas y reviviendo el sistema – otrora representado por la Asamblea Nacional de Rectores – en el que estas son juez y parte. Defenestrar a la SUNEDU y regresar al salvaje mercantilismo que permitió abrir casas de estudio con las mismas exigencias con las que se abre un chifa (al menos los chifas pagan impuestos y no juegan con las ilusiones de miles de jóvenes) es un anhelo que une a tirios y troyanos, “rojetes” y “fachos” por igual. La votación de la referida comisión da prueba fehaciente de tal unión contra natura por conveniencia.

¿Y entonces? ¿Por qué cada Congreso parece peor que el anterior sin importar cómo elijamos? De Congresos de “robacables” y “comepollos” a Congresos vacadores y misóginos, pasamos de malo a pésimo en menos de lo que cae un presidente en este país. Pero, ¿de quién es el problema? ¿De nosotros, los electores? ¿De los partidos políticos? ¿De los medios? ¿O es que las reglas del juego están mal planteadas?

Me inclino por lo último para explicar nuestra endeble e inoperante democracia

En nuestro sistema de representación nadie se siente representado. Tenemos partidos políticos que no son tales. Suelen ser grupos que defienden intereses particulares alineados tras la figura de un caudillo, un sujeto con inmensas ambiciones que compartirá su marca inscrita en el Jurado Nacional de Elecciones con quienes le muestren su lealtad… o su billetera. Muchos otros no son más que una franquicia, una plataforma que puede ser usada por la versión peruana de Mussolini o por la de Stalin. Da lo mismo mientras se le saque provecho a la inscripción. ¿La solución? Fortalecer la democracia interna de los partidos y así impulsar una militancia activa con “elecciones primarias universales”, esas que el Congreso se empeña en aplazar con cualquier excusa (a los caudillos de siempre no les conviene que sus candidaturas se pongan en entredicho dentro de partidos que consideran su chacra). De paso, se elimina el voto preferencial para elegir a congresistas. Así también se acabaría la entrega o venta de números. Las primarias determinarían el orden en la lista de candidatos e ingresarían en ese orden conforme a la cifra repartidora (similar a lo que ocurre con los regidores).

Sin embargo, de nada valdrá todo lo anterior si no mejoramos la representatividad en el mismo Congreso de la República. En ese sentido, lo que voy a proponer probablemente sea sumamente impopular, pero la impopularidad no me resulta incómoda: ¡necesitamos más congresistas! Es inaudito que la región San Martín solo cuente con cuatro representantes. Deberíamos contar con el doble, cuando menos. ¿La razón? Con circunscripciones tan amplias – cada región es un distrito electoral – y con pocos representantes, la población no tiene un control directo sobre quien debería ser su voz. En cambio, con circunscripciones electorales bien definidas (un congresista por distrito electoral) de no más de 100,000 habitantes cada una (agrupando provincias o distritos), sabríamos con exactitud a qué legislador acudir, en especial si es para reclamarle por sus compromisos. Aplicando esa lógica, con 33 millones de habitantes, requerimos un mínimo de 330 parlamentarios en la cámara baja. Sí. El sistema bicameral debe regresar. Por encima de los 330 diputados mencionados, hacen falta senadores elegidos en representación de toda la Nación – o naciones, para ser más precisos – responsables de decidir, como segunda y definitiva instancia, sobre esos asuntos que nuestros actuales congresistas evalúan con preocupante ligereza.

Me limito a escribir de lo básico para no soñar en vano con reemplazar el régimen presidencial por uno parlamentario o con consolidar un Estado Plurinacional que se proyecte hacia un sistema federal. Discusiones para las que no estaremos preparados hasta resolver lo elemental: hacer que el sistema democrático funcione por vez primera en el Perú.

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