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lunes, abril 29, 2024

COVID-19, la nube gris de la Navidad

La Navidad, nuestra forma de celebrarla, tiene todo lo que la covid-19 necesita para expandirse y hacer daño. Personas que vuelven a sus hogares desde sitios con tasas de transmisión diferentes. La mayoría sanos. Pero también muchos asintomáticos. 

Visitas a los amigos y familiares que llevábamos tiempo sin ver. Aglomeraciones en las calles comerciales, en sus tiendas, en sus bares, encuentros y cercanía. 

Grupos familiares reuniendo a tres generaciones en la misma mesa.  

En sus casas, que ya no vemos como casas sino como espacios cerrados y sin ventilación. Al hablar en voz alta para hacerse oír entre las voces amigas. Risas, canciones, comida y bebida, sin mascarillas, distancias reducidas. Y la frase que suele repetirse “no nos va a pasar a nosotros”. 

El SARS-CoV-2 es un virus que no tiene comportamientos, en donde esté presente, aprovechará cada metro de distancia, cada espacio cerrado, cada carcajada, cada ausencia de mascarilla para transmitirse a cuantas más personas cercanas encuentre. Es lo que sabe hacer. 

Evitar una tercera ola sobre la segunda 

Las tasas de transmisión se elevan lentamente pese a las restricciones y el “relajo” no ayudan. 

Si las fiestas suponen una nueva explosión de casos tendremos un mal enero.  

Más contagios, más hospitalizados, más fallecidos. más personas con coronavirus persistente. Más colapso de la atención primaria y la hospitalaria. Más desatención a los pacientes con otras enfermedades diferentes a la de la covid-19. Y mayores dificultades para dedicar recursos a la vacunación, que debería empezar en enero. 

Es cierto que hay reuniones familiares inevitables. En muchos casos –pensemos en las familias que han tenido pérdidas este año– hasta pueden ser terapéuticas. La familia permite llorar a los ausentes y celebrar a los presentes. 

La tristeza con esperanza es mucho menos triste que en soledad. Los humanos no somos virus. Adoptamos comportamientos y conductas y, entre ellas, las más ancestrales son para protegernos, proteger a nuestro núcleo familiar y proteger a nuestra comunidad. 

Las luces de Navidad no pueden deslumbrarnos. Las familias podrán reunirse muchas veces en el futuro, pero es probable que, al menos en una generación, no tengan otra oportunidad como está de protegerse, de proteger a otros y de ser protegidos por los otros. Y la principal protección es reducir al máximo los contactos y ser conscientes que el riesgo de contagiarlos existe. 

A manera de reflexión 

Sin embargo, estas Navidades deberían ser distintas. Especialmente porque, de lo contrario, el virus encontrará el escenario perfecto para provocar una tercera ola a la vuelta de las fiestas. 

El coronavirus no está en las casas, ni en los bares, los colegios, las residencias, los hospitales, las tiendas, los autobuses o los aviones. Está en algunas de las personas que van a esos lugares. Y, si encuentra las condiciones adecuadas, se transmitirá a otras personas con las que compartes en tu casa. 

Otra particularidad es su gravedad en las personas mayores, que pueden ser tus padres, más aún si tienen algunas comorbilidades. No es que los jóvenes o los adultos jóvenes estén libres de riesgos, pero el daño en las poblaciones vulnerables es, simplemente, brutal. 

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