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lunes, abril 29, 2024

Tregua cínica

Paz. Angustiosa, tensa y tenue, pero paz al fin y al cabo. Perniciosa, ponzoñosa y pérfida, pero paz. Sí, paz. Una palabra tan breve como su duración en la historia humana. Tan efímera como la sensatez en la política peruana. Y aplicada con perversidad por nuestros gobernantes y legisladores.

Y es que, después de tanto aspaviento y fuego cruzado entre Ejecutivo y Legislativo, el creciente clamor de “que se vayan todos” se convirtió en los oídos de cerronistas y otorongos en un “quedémonos todos”. Atrás quedaron los amargos reclamos contra la derecha golpista o la izquierda radical. Los otrora fachos y comunistas hoy se funden en abrazos y besos más fríos que los de Judas. Una forzada tregua se ha instalado estos días entre nuestra clase política a sabiendas de que, en este momento, tirar del gatillo resultaría en un suicido masivo. Ninguno se libra de tener un arma contra la sien.

Entonces, ¿pueden los políticos dejar sus diferencias de lado y unirse por un objetivo en común? Por supuesto que sí. ¿Ese objetivo común es el progreso y bienestar del Perú en su conjunto? Tampoco seamos ilusos. El momentáneo cese al fuego responde a un esfuerzo de, por un instante, dejar de apuntarse entre sí y fijar los ataques en sus enemigos en común. No es coincidencia que, en los últimos días, la fiscalía haya sido objeto de una campaña de desprestigio que pretende enlodar el proceso que – de continuar su curso – pondrá en serios aprietos a Keiko Fujimori en el cortísimo plazo y, más adelante, podría hacer lo mismo con Vladimir Cerrón y otros como él.

En consecuencia, si bien se darán un respiro entre sí, no piensan darle respiro a un país al que no se cansan en defraudar. Los une el instinto de supervivencia y la defensa visceral de su hábitat natural. En una anomia anárquica, una tierra sin ley – o con leyes a medida – bajo el imperio de una avidez desenfrenada, viven y persisten. Se reproducen y multiplican. ¿Un transporte público menos informal? ¿Una educación universitaria con estándares mínimos de calidad? ¿Un sistema que garantice una democracia verdaderamente representativa? Caviaradas. Ridiculeces propias de quienes exigen equidad social o igualdad de oportunidades. Muy de derecha, muy de izquierda, hasta que les tocan los bolsillos. Pronto volverán a sacarse los ojos y procurarse un festín a expensas del resto, pero hasta entonces se tumbarán cuanta reforma sea posible.

Finalmente, eso nos lleva a una reflexión. ¿Existe alguna salida? ¿Alguna solución? Pensémoslo. Imaginemos que concretamos nuestro permanente y poco disimulado anhelo y logramos sacarlos a todos. Adiós, congreso. Adiós, gobierno. Erradicada la fauna que nos atormenta, ¿quién viene en su reemplazo? Recordemos que ya fuimos testigos de la renuncia de un presidente, de la vacancia de otro y – previamente – la disolución de un parlamento. Y henos aquí, viajando de lo malo a lo peor sin escalas ni demoras. Si adelantamos las elecciones generales, ¿el resultado mejorará la situación? No lo creo. No lo ha hecho antes, ¿por qué sería distinto?

No se confunda, querido lector. No insinúo que debamos resignarnos. Al contrario, creo que deberíamos dejar de resignarnos a un sistema que nos confina a elegir siempre entre lo mismo. Deberíamos exigir – tan solo para comenzar – partidos políticos que realmente sean tales y no meros comercios de candidaturas o, en el peor de los casos, organizaciones criminales que el Ministerio Público tiene en la mira. Adecentar la política no es imposible, aunque eso nos quieran hacer creer grupetes de prontuariados con falsos idearios e ínfulas absurdas.

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