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miércoles, mayo 1, 2024

Ser padre

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Ser padre es haber participado en la decisión de traer al mundo a un nuevo ser humano. Es asumir con templanza el reto de bregar por su vida hasta que la madurez alcanza. Es convivir el día a día, acariciar su cuerpo, entrelazarse en apretados abrazos, compartir el tiempo en charlas íntimas, en transferir experiencias, en gastarse bromas, en jugar como grandes amigos, en intercambiarse sucesos diarios. El padre no está arriba y el hijo abajo. El padre está al lado del hijo, éste en medio de ambos padres. Las imágenes del amor que ambos padres se profesan son grabadas por siempre y le dan permanente confianza. El hijo se siente bien cuando los padres exteriorizan su amor.

Un amigo comenta: “¿A quién se le ocurrió crear el día del padre, el día de la madre, el día de hijo, por separado? Las tres personas forman una familia. Cuando un hombre se une a una mujer, son dos personas en una. Esta unidad trae al mundo al hijo. Por tanto, en cada celebración mundana hay que hacer un evento de la familia unida. El día de la madre es el día de la familia. El día del padre, es el día de la familia. El día del hijo, es el día de la familia. La familia es la reina de la sociedad. El Estado y la comunidad en general, deben velar no solamente por la unidad de la familia que debería ser implícita, sino por la salud de la familia: Espiritual, intelectual, material. Una sociedad con familias deterioradas atraviesa por situaciones inestables, como quizá se ve ahora, con el incremento insospechado del número de personas dedicadas a la delincuencia.

Ser padre es ser líder de la familia. El líder no ordena, el líder va delante del grupo. El caminar de la familia debe hacerse por convicción, cuando esposos e hijo, bajo el marco de concertaciones diversas, acuerdan emprender este avance. El diálogo se convierte en el principal instrumento de unificación de la familia, junto al verdadero amor mutuo existente en sus corazones. Conversar no es ordenar ni pretender hacer prevalecer la opinión personal. Conversar es intercambiar, escuchar a todas las partes. Generalmente la esposa e hijo, por antonomasia, consideran al padre como su adalid natural. Es quien representa al grupo familiar ante la sociedad, no solo en asuntos amicales sino también para afrontar los problemas internos y externos.

¿Podrá ser considerado buen padre quien solo grita y pega al hijo? ¿Por qué grita? Porque se siente que está lejos. Si el padre estaría junto al hijo, ambos conversarían con voz de susurro, como el sonido suave de las aguas cristalinas que pasan sobre las piedras del río. ¿Se puede notar la diferencia entre el grito y el susurro? ¿El hijo prefiere un padre que le grite o que le converse suavemente? Gritar no es conversar. Nadie conversa gritando. Los gritos altisonantes son aguas hirvientes arrojadas al hijo. Dentro del agua caliente hay detrito putrefacto que le cae al cuerpecito, que son las palabras altisonantes y extremadamente soeces que se las profiere, como si el hijo fuese barata mercancía. El hijo es el ser que Dios ha encargado formarlo, que dará agradable compañía por corto tiempo, y que quizá vele por los padres, cuando la vejez les llega, si es que alcanzan gozar de ese digno privilegio de viejo sabio.

Ser padre es disfrutar del auténtico amor de familia. La esposa da su amor de mujer. El hijo da su amor fraternal. Ambos sentimientos son diferentes, pero unen a las personas para la convivencia bajo un solo techo. El amor humano amalgama a personas diferentes; empero, este pequeño amor humano se acrecienta cuando en el interior familiar reina el amor inmenso de Dios. Bajo estas condiciones, ser padre es vivir en auténtica felicidad familiar, donde reina el verdadero amor, que a su vez está inmerso dentro del amor de Dios.

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