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domingo, abril 28, 2024

EEUU frente al cesarismo

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La democracia norteamericana enfrenta el momento más difícil en sus 240 años de historia: el riesgo de ser destruida como tal y dejar de ser el referente de la libertad en el planeta. Desde que los padres fundadores erigieron la nación americana a partir de las 13 colonias que lucharon por su independencia, los EEUU no han dejado de ser el ejemplo que muchos países del orbe tomaron para constituirse en sociedades democráticas.

Países que hace 200 años se debatían entre el absolutismo y la anarquía, asimilaron los principios de la Declaración de Independencia de 1776 y consiguieron consolidarse como democracias ejemplares que en muchos casos superaron a la matriz norteamericana. Es el caso de países como Holanda, Suiza, Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Islandia y otros, que han llegado a ser sociedades casi perfectas en cuanto al respeto a los derechos individuales y al equilibrio de poderes.

Lamentablemente la –hasta el martes 8 de noviembre- sólida democracia norteamericana, pende de un hilo con la elección del multimillonario magnate y megalómano, Donald Trump, que fue electo 45° presidente de los EEUU en una campaña en que el aspirante a déspota hizo uso de todos los recursos del manual de Goebbels, el Ministro de Propaganda de Adolfo Hitler, en particular el “miente, miente, que algo queda”. Las similitudes con Hitler no terminan allí, pues Trump ha expresado públicamente su admiración por otros autócratas de la actualidad.

Sin embargo, todo esto, incluyendo la promesa de deportar a 9 millones de inmigrantes hispanos, su cercanía con el siniestro Ku klux klan, sus peligrosas expectativas de guerra nuclear con Irán, la vuelta al proteccionismo comercial, sin cabida en este siglo globalizado y el alejamiento de la OTAN –algo impensable para una potencia como USA, comprometida con los valores europeos de democracia frente al creciente peligro de una Rusia despótica y dominante- todo esto, decíamos, no es lo más preocupante, sino la creciente posibilidad que Trump quiera seguir un camino ya transitado en la historia de Occidente: el Cesarismo.

El término Cesarismo tiene su origen en el Cónsul romano Julio César, quien alejándose de la institucionalidad de la República de patricios, dio un giro al populismo, tal como Trump, proclamándose Dictador y reduciendo al Senado a un mero apéndice de su voluntad. Julio César fue asesinado por un grupo de senadores romanos que no aceptaban la tiranía, pero ya la república estaba herida de muerte y su sobrino y sucesor Octavio, luego de un breve período de guerra civil, asumió el poder absoluto con el nombre de César Augusto Imperator. El Senado continuó existiendo, pero ya como una triste marioneta del César Emperador.

Se ha intentado explicar este giro a la tiranía de los césares como una consecuencia natural del estadio político, social y económico al que había llegado Roma en ese entonces. Es posible que así fuera, pero el hecho es que en los siglos que siguieron, hasta después de la debacle del Imperio Romano, hubo en Europa más de un émulo de Julio César, personajes como Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler, que habiendo llegado al poder por medios legales, no tardaron en destruir la institucionalidad con sendos golpes de estado, (o autogolpes, si queremos mencionar al ínfimo Fujimori en esta reseña). Napoleón lo hizo valiéndose del 18 Brumario y Hitler incendiando el Reichstag, acontecimientos que dieron pie a ambos para investirse de poderes absolutos.

No es difícil imaginar que Trump, del cual no queda duda de su patológica atracción por el autoritarismo y el poder omnímodo, haga uso de algún pretexto similar, como el terrorismo islámico, por ejemplo, para conseguir que el Congreso norteamericano le otorgue poderes absolutos a fin de neutralizar la “amenaza”. De allí, sólo le faltaría dar un paso para perpetuarse en el poder reduciendo al Congreso a un apéndice de sus apetitos personales, lo que involucraría la pérdida de los derechos humanos y civiles y las libertades esenciales conseguidas por los norteamericanos en los últimos 50 años.

Con esto, el sistema democrático de Occidente podría colapsar en Europa, su último bastión, y los populismos de derecha, acechantes en Francia, Alemania e Inglaterra, podrían llegar a tomar el poder, con lo cual el cesarismo norteamericano habría conseguido imponerse en un mundo en el que la técnica, la informática y la cibernética permiten que libertades y derechos individuales, como la privacidad, sean violentados sin el menor recato. Las más aterradoras visiones de pensadores del siglo XX, como George Orwell con “1984”, Aldous Huxley con “Un mundo feliz” y Ray Bradbury con “Farenheit 451”, se habrían cumplido

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