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domingo, abril 28, 2024

El padre perfecto

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Es el padre perfecto; en su interior, cree que es el padre perfecto. Claro, ¿por qué no puede ser? Da a sus hijos lo mejor: Buena alimentación según su criterio; se cobijan en buena casa; se ponen las mejores ropas de marca; usan los mejores zapatos; tienen buena motocicleta; asisten a las invitaciones sociales; estudian todos los niveles, desde inicial hasta superior, en las mejores instituciones privadas ¿Cómo no puede llamarse padre perfecto, si desea lo mejor para sus hijos?

Los hijos son mayores y cumplen la ley de la vida; se unen a sus parejas, forman sus propios hogares y deciden vivir en casas y ciudades diferentes. Los padres siguen viviendo en su casa de origen, los dos, como cuando comenzaron su romance hace tres décadas. Los padres cincuentones extrañan las largas ausencias de las llamadas de los hijos: “Estarán llenos de problemas con sus hijos pequeños”, comentan los padres, como queriendo cubrir con un manto de engaño su triste realidad. En una oportunidad, los padres se enteran por terceras personas, que su hijo mayor pasará por la ciudad donde residen. Ya es hora del aterrizaje y llama la mamá y la respuesta del hijo es: “No podré visitarlos mamá, porque tengo que ir a mi ciudad donde está mi familia. El carro vendrá al aeropuerto para continuar mi viaje. Chao” No solo la mente se pone en blanco; si no siente que el corazón se paraliza. “No puede ser que mi hijo no pueda disponer siquiera diez minutos para ver a sus padres”, le increpa al esposo que mudo se queda. Luego de unos minutos añade la madre: “Vamos al aeropuerto esposo. Si nuestro hijo no quiere vernos, vamos nosotros al aeropuerto a verle. Así me manda mi corazón”. Ya en el aeropuerto, el encuentro del hijo con sus padres es frío, apático, parco. Él prefiere conversar con su amigo de viaje dando la espalda a sus padres. Se agacha la madre y no puede soportar desfogarse en jugoso llanto. El padre abraza a su triste esposa. Llega el carro, el hijo se despide con una despedida fugaz, sube al vehículo y se va.

Meses después, por situaciones circunstanciales los hijos se reúnen en casa de los padres. La conversación familiar es rara. Es la primera vez en más de treinta años que se reunirán padres e hijos adultos. Antes no había espacios de conversación como ésta.

El hijo mayor agradece la oportunidad de poder conversar como personas civilizadas. Dice: “En primer lugar, los tres hermanos hemos crecido sin padres”. ´”¡Cómo sin padres! Si yo siempre estaba con ustedes”, responde el padre en el acto, asombrado. Nunca había escuchado que su presencia en casa era inútil, vacía. Es el primer torpedo que cae en la base de la imagen del padre perfecto. El hijo mayor continúa: “Papá, claro que vivías en la casa, con nosotros, no nos referimos (con mis demás hermanos) a esa presencia física, que muy bien podría ser un muñeco, la pared, la columna de la casa. Cuando llegabas a casa, solo venías a regañarnos, a castigarnos, a reclamarnos, a insultarnos. Tu sola presencia nos daba miedo; por eso no te decíamos nada. ¿Creías que un padre era el cucú que está en casa para dar miedo a los hijos y a la esposa? Nunca asistías a las asambleas de las APAFAS. Nunca salíamos los integrantes de la familia a comer juntos. No salimos de viaje ni a la esquina. No hemos tenido la oportunidad de conversar contigo, recién en este momento, extemporáneamente, cuando ya somos personas adultas.

Siempre estabas ocupado en tu trabajo, que por supuesto no está mal; pero, al retorno a casa, había personas esperándote para seguir atendiéndolas. Los sábados, domingos y feriados estabas ocupado con la gente, trabajo por aquí, trabajo por allá. Viajes por aquí, viajes por allá. En tus viajes sabíamos que te encontrabas con mujeres para pasarla bien. En los momentos de descanso siempre estaba alguna persona, que decía era tu amiga, para emborracharse y terminar en las discotecas con mujeres. Nosotros crecimos solos, porque mi mamá profesional también trabajaba siempre, para ocuparse de sus familiares humildes. Así solos, los hermanos hacíamos nuestras tareas como huérfanos. ¿Cuándo recibimos un abrazo tuyo papá? ¿Cuándo nos has dado un beso fraternal? ¿Cuándo nos dijiste que nos amabas papá? ¿Cuándo hemos conversado papá? ¿Por qué ahora quieres que conversemos si nunca lo hicimos? Entonces, ¿Sigues siendo el padre perfecto, papá?”

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