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sábado, abril 27, 2024

Disolver o no disolver… he ahí la cuestión

trincheraciudadana

¿Nos merecemos el Congreso que tenemos?

¿Somos electores conscientes al momento de elegir?

¿Somos reflexivos y analistas antes de elegir a nuestros parlamentarios?

¿Quién tiene mayor pecado de tener un Parlamento desprestigiado?… ¿el elector o los elegidos?

¿No deberían ser los partidos políticos el germen de donde broten los ciudadanos más capacitados convertidos en cuadros políticos con sensibilidad social y con bagaje intelectual?

¿No son casi los mismos electores de Celia Anicama (la roba cable), Nestor Valqui (condenado por proxenetismo), Nancy Obregón (recluida por narcotráfico) o Michael Urtecho (destituido por haber cometido varios delitos), los que eligieron al actual congreso sobre el cual piden hoy su disolución?

Exigimos que nos gobiernen con probidad, con honestidad, con conocimiento de la realidad, con dedicación, con prudencia, con visión de futuro, con desprendimiento social, con transparencia, con respeto, con nivel académico, pero elegimos al más histriónico, a la más gritona, al más regalón, al “sufrido”, al que no lee, al que peor ortografía tiene, al vinculado a cosas oscuras, al que más plata tiene, al más guapo, al que roba pero hace obras, al que me invita a “chupar en la esquina”, al que me da un polo. A ellos elegimos (con honrosas y pocas excepciones) y luego nos quejamos de nuestra mala suerte como país.

Entonces, si es lo que elegimos gustosamente ¿por qué habríamos de querer quitarles el poder que nosotros (electores insensatos) alegremente les otorgamos? ¿no es acaso más negligente el padre que da la llave a su hijo para que conduzca ebrio y atropelle a una persona? ¿no somos acaso nosotros más culpables de tener padres de la patria que ponen en zozobra la estabilidad política del país?

Hemos construido con nuestras propias manos un zoológico descontrolado, hemos hecho del Parlamento un campo para medir fuerzas sin importar las consecuencias, y qué más da si “ahora ya saben con quienes se meten.”

Pero ¿todo está perdido?, desde luego que no. Mi modesta opinión es seguir insistiendo desde nuestras trincheras ciudadanas, con nuestras modestas opiniones acerca de modificar el sistema de elección para nuestros congresistas. Antes lo he dicho y me vuelvo a ratificar, no podemos seguir manteniendo la elección parlamentaria como un apéndice de la elección presidencial, pues nuestra poca madurez ciudadana nos lleva a elegir más por emoción que con razón, pues nuestra poca formación cívica o política nos lleva a elegir más con corazón que con cerebro.

Es imperativo dos reformas, una que nos permita elegir a nuestros congresistas en fecha o momento distinto al de la elección presidencial, es decir dos campañas electorales independientes, dos procesos electorales aislados que lleven a una mayor reflexión y se deje atrás el “famoso voto de arrastre” o las ubicaciones privilegiadas en las listas. La otra reforma debe permitir oxigenar al Congreso de la República renovándolo cada tres años por mitades o tercios. Es posible que estas reformas ayuden a tener un mayor control de nuestros representantes y a mejorar la calidad de nuestra elección.

No olvidemos que la esencia de la división de poderes (ejecutivo, legislativo, judicial) ha sido concebida para mantener un equilibrio entre estos; sin embargo, no se puede acceder a ellos como consecuencia o anexo del otro, y menos aún podemos entregar estos poderes a cualquiera. De lo contrario estaremos resignados a mantenernos como una República adolescente por decenios.

Salvo mejor sugerencia.

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