Madeleine Osterling
La agricultura es durísima pero solo lo sabe quién lo sufre. Por ello, no le tengo ningún respeto a aquellos gurús de escritorio que critican los pocos beneficios laborales y tributarios que recibe esta actividad. La decisión de sembrar un producto agrícola no es inmediata: requiere meses de planificación, inversión y riesgo. Si por causas repentinas y ajenas al productor el precio se desploma, ya no puede cambiar de producto a mitad de campaña, se destruye toda la inversión y se puede provocar un espiral de deudas del que es casi imposible recuperarse, en otras palabras, la temible QUIEBRA.
Esta vez le toco al arroz: el contrabando y, la importación masiva y subsidiada del Asia se suman a la sobreoferta estacional y a los costos de producción altos por falta de tecnología y riego eficiente. Son factores devastadores que han puesto a nuestros productores en estado de coma, trabajan por deporte porque les resulta muy difícil alcanzar el punto de equilibrio. El arroz es un producto medular de la economía de regiones como San Martín, Loreto, Ucayali, Huánuco y Madre de Dios, que hoy enfrenta una caída dramática en el precio: en pocos meses pasó de S/.1,600 la tonelada a S/.650, casi la tercera parte, Muchos productores están trabajando a pérdida, pero ello es insostenible.
No podemos subestimar el impacto. Esta crisis no es nueva, no es una tormenta temporal sino el resultado de un problema estructural que se arrastra desde hace años y que podría llevar al colapso a 150,000 agricultores que dependen directamente de este cultivo. ¿De qué van a vivir? De la minería ilegal, no me cabe la menor duda. La ilegalidad se ha convertido en un gran imán laboral para los miles de peruanos que tienen que sobrevivir; es irresistible. Sin burocracia ni papeleo ni calificaciones: se llega, se trabaja y se gana desde el primer día. Ese es su mayor atractivo, sin embargo, el precio que se paga es muy alto. Es un “mercado laboral” de acceso instantáneo, pero sin ninguna protección, la precariedad y las condiciones infrahumanas son el estándar. Generalmente no hay alternativa, es eso o nada y la dignidad no se come.
El mercado está inundado de arroz barato y de pésima calidad proveniente de los países asiáticos que está desplazando a la producción local. ¿No era que los genios del MINCETUR estaban negociando un TLC con la India? Este país produce 150 millones de toneladas anuales y se exporta con subsidios gubernamentales, imposible competir. Es importantísimo que cierren dicho proceso y que lo incluyan en la canasta de desgravación extremadamente larga (20-25 años) con aranceles mínimos del 45%, lo que permitiría llevar el precio del arroz importado a niveles competitivos.
Otro grave problema son las mafias del contrabando que se han dedicado a falsificar sacos de marcas locales para rellenarlos con arroz asiático de pésima calidad. Es indispensable que el INDECOPI intervenga con la mayor firmeza para frenar la adulteración y que se sancionen a todos los responsables. Los grandes perjudicados del arroz adulterado son los niños. No solo es un producto estratégico para la seguridad alimentaria, sino que, fortificado con hierro, se ha convertido en un elemento básico de la dieta familiar que está dando muy buenos resultados para combatir la anemia. Las cifras del MIDIS son muy auspiciosas, son avances que no pueden perderse.
El MIDAGRI no los puede dejar desamparados, el costo social es inmenso. Los productores han solicitado que se declare en emergencia el sector, se refuercen los controles aduaneros y se reactiven las compras estatales para los programas sociales. Esta crisis del arroz es un reflejo de los graves problemas que atraviesan los pequeños y micro agricultores. No podemos seguir celebrando el maravilloso éxito de la agroindustria – a nada de alcanzar a Chile – mientras que el resto del campo peruano se desangra.



