La Soberbia en el Poder: Embriaguez que conduce al abismo
Por: Beto Cabrera M.
La soberbia en la política es un veneno que corrompe, un lastre que impide la lucidez y el trabajo colectivo. Se alimenta de la ira, el menosprecio y la envidia, convirtiéndose en una trampa para quienes la padecen, pues al sobreestimarse, pierden la conexión con la realidad y con la gente a la que deberían servir.
En el Perú, la historia reciente está plagada de gobernantes cegados por su propia arrogancia, muchos de los cuales terminan en la cárcel. Prepotencia, vanidad y petulancia han sido rasgos comunes en quienes llegan al poder sin comprender cómo ni por qué fueron elegidos. Lamentablemente, esta actitud se repite en diversas regiones del país, donde algunas autoridades parecen más preocupadas por aferrarse a sus privilegios que por gobernar con sentido de responsabilidad.
En el escenario actual, la presidenta Boluarte se lleva el «premio mayor». Su llegada al poder resultado de una elección popular directa, sumado a una conveniencia política, y su permanencia depende de un congreso y de unos cuantos que les fue útil en su tiempo y momento, el congreso que le brinda respaldo a cambio de mantener abierta la puerta de los excesos y beneficios personales. ¿Es esta la esencia de la prebenda en nuestro país?
El verdadero liderazgo exige reconocer la transitoriedad del poder y la importancia de la vocación de servicio. La soberbia, en cambio, expone los defectos de quienes se creen superiores, dejando en evidencia su arrogancia, desdén y actitud despectiva. Aunque intenten ocultarla tras una máscara de falsa grandeza, su desprecio por el pueblo es evidente en su frialdad, su distanciamiento y sus imposiciones autoritarias.
Es importante diferenciar la soberbia de la legítima autoestima, que surge del esfuerzo y los logros personales. Un buen padre, un profesional íntegro o un estadista de verdad pueden sentirse orgullosos de su labor sin caer en la arrogancia. Pero en la política, la soberbia se disfraza de poder absoluto y se convierte en el peor enemigo del bien común.
Estamos a punto de presenciar nuevamente la transformación de los políticos soberbios en aparentes humildes, buscando votos y disfrazando su prepotencia con falsas promesas. Sin embargo, el pueblo no olvida y, cuando llegue el momento, tendrá la oportunidad de castigarlos en las urnas.
El poder no es un derecho adquirido, sino una responsabilidad. Los políticos deberían recordar que gobernar no es sinónimo de someter, y que el verdadero liderazgo no se mide por la altanería, sino por la capacidad de escuchar, aprender y servir. La humildad, lejos de ser una debilidad, es la mayor fortaleza de quien realmente quiere hacer historia.