Por Victor Raúl López
Escudero
El diez de abril quedará grabado como una de las derrotas electorales más sentidas que tuvo que afrontar el partido aprista peruano. Para muchos ha sido el detonante de una crisis interna que se veía venir por la forma vertical de manejarse los asuntos partidarios y de observar a las bases desde las alturas.
¿Por qué el pueblo peruano no voto por el APRA? ¿Por qué, si teníamos las mejores propuestas? Se preguntaba un Carlos Roca bastante consternado hace unos días en un vídeo hecho público a través de las redes, mientras algunos “puritanos” trataban de acallarlo llamándole a disciplina. Los militantes no somos un convidado de piedra que no siente, que no se decepciona o que no se desilusiona, y por supuesto como no lo somos, reaccionamos como cualquier mortal lo haría levantando la voz y reclamando se respeten ciertos principios básicos del partido: libertad, fraternidad (pero en serio), justicia social, democracia (sobre todo interna), entre otros. Callarnos con el pretexto de la lealtad al partido y de la tan mentada disciplina, no es sólo ser hoy en día cómplices de quienes actuaron como secuestradores del partido, sino además nos mantendría en el mismo círculo vicioso de avivar dentro de la organización a cúpulas enquistadas que de la puerta del partido hacia fuera levantan la bandera de la democracia pero de la puerta hacia dentro mantienen una dictadura o dedocracia que rompe con la voluntad, el deseo y el sentir de las bases distritales, provinciales y regionales.
Todos los apristas tenemos un grado de responsabilidad en lo sucedido el 10 de abril, algunos más que otros, pero de aquí en adelante la misión de los que decidan asumir la conducción del partido debe ser conectarse con las necesidades y anhelos de los pueblos del Perú, volver a ser una herramienta al servicio de la sociedad. Es decir, el Apra debe reinventarse de acuerdo al actual espacio-tiempo en el que la historia lo ha ubicado, de lo contrario estará resignado como organización política a su lenta desaparición.
Reinventarse sí pero sin alejarse de sus postulados primigenios y fundamentales, en esa línea el Apra debería proseguir su recorrido hacia la justicia social, no sólo promoviendo e impulsando un cambio generacional de sus dirigentes, sino un cambio de la estructura misma de su organización, así como de las formas de hacer política en un mundo en constante cambio producto de la tecnología.
Hoy precisamente se habla de cambios, renuncias y renovación, pero estos cambios deben generarse esencialmente dándole la posta a gente proba y decente, jóvenes o adultos que NO faciliten los ataques externos de los rivales producto de una vida desordenada o de manchas judiciales de por medio. Para borrar esa imagen negativa que la sociedad tiene de los apristas se tiene que dar pase a militantes honorables que tengan el respeto de la sociedad, entonces no se trata solamente de mover ciertas fichas adentro sino de un cambio de actitud profunda que nos permita ver un futuro promisorio si es que realmente así lo queremos.
Ojala entiendan los nuevos dirigentes del Apra que la verdadera batalla no está dentro sino fuera, en la búsqueda por reconquistar la confianza de la gente, de lo contrario la fuga de capital humano valioso seguirá su marcha y la estrella podría menguar su brillo hasta dejar de tener esa fuerza gravitacional que tuvo durante décadas.