Cómo olvidar sus miradas con vuelta de cuello a lo Linda Blair en El Exorcista, eran de terror y así cualquier berrinche o borrachera se borraba en cuestión de segundos. Tenía vocación para actriz, era sorprendente como podía cambiar de enojo a alegría, de gritos a caricias cuando en verdad quería agarrarme a correazos y es que todo debía salir perfecto cuando llegaba visita a la casa. Salvados por la campana cuando timbraba el teléfono o tocaban la puerta.
Mi madre con las madres de mis amigos del barrio juntas conformaban las voces de un coro, eran melódicas y nunca se equivocaban al llamarnos pasada las 10 de la noche, “muchach@ del demonio”, seguida por un “tienes 3 minutos para llegar o duermes afuera”. “Claro, mientras la estúpida de tu madre se la pasa limpiando todo el día, tú llegas con la ropa sucia”, era la última sentencia de la noche, pero todo se me olvidaba porque sabía que al acostarme me despediría con un beso y una caricia en el cabello, esa era una extraña manera de decir “te quiero pequeña demente”.
“No hagas que te rompa la cara a cachetadas”, “Búscame y me encontrarás”, “Esto no es hotel para salir y entrar sin decir nada”, “Y si tus amigos se arrojan de un puente, ¿tú también?, “¡Ahora sí te voy a dar motivos para que llores!”, “Toma la sopa o te meto con cuchara y todo”, “¿Crees que yo nací ayer?”, “Cuando tengas tus hijos dirás, mi madre tenía razón”, “Todo te entra por una oreja y te sale por la otra”, “¡Que sea la última vez!”. Recordar cada una de estas frases es remontarme a mi niñez, mi adolescencia y hasta hoy por la mañana, porque para mi mamá siempre seré su bebé. Si estas frases te fueron familiares, tu madre vale oro.
Mi madre siempre fue un caso, cuando le dije que estaba enamorada, me respondió: “No te enamores otra vez, no lo ilusiones ni te ilusiones”, me quedé fría, porque mi mamá es de esa generación de señoras que alzan la bandera del matrimonio por sobre todas las cosas y además, es de las pocas personas que aún creen que el amor de pareja puede ser eterno. Al ver mi cara de sorpresa, se suavizó y me repitió, pero ahora a manera de sutil disculpa: “Es que no quiero que sufras otra vez”. Aunque esto último suene un poco a novela de tarde y bajo presupuesto, viniendo de ella, tuvo un impacto poco usual en mí y aunque hayan pasado como tres años le sigo dando vuelta a sus palabras.
¿Cuántas veces mi madre le dolió verme sufrir? Me la imaginé parada frente a mi habitación sin atreverse a tocarme y recordé las veces que trató de quitarme la cara de velorio con bromas que nos hacían reír a las dos juntas. Seguro le frustraba que yo me negara a salir de mi propio escondite de dolor. Lo más doloroso de estas escenas no era el sufrimiento de aquellas épocas, sino la indiferencia con la que le trataba, porque sentía que el dolor era solo mío y de nadie más. Ahora, pensando con más cautela, cuánta razón le doy, de hecho yo me convertiría en la madre asesina, con cuchillo en mano le cortaría la cara al miserable que se atreviera a hacerle daño a la hija que aún no tengo. Siempre recordaré esta escena, porque esas palabras no han sido otra cosa que la forma más bonita que ella ha tenido para decirme que me quiere. Eso es ser madre, volver a vivir todo con los hijos.
A veces, sobran regalos pero faltan palabras para decirle a esa viejita adorada lo mucho que la amamos y explicarle que esa aparente rebeldía y desobediencia que tanto les suele herir o molestar, es también una forma de expresarles nuestro amor, porque es la manera en que afirmamos nuestra propia identidad, la manera en que rompemos el cascarón para vivir nuestras propias vidas, la manera en que conquistamos nuestra libertad en este caótico mundo.
Mamá, es la primera palabra que pronunciamos en la vida, la que uno grita en los momentos de peligro, cuando algo te asusta y amenaza, cuando buscas instintivamente ayuda y protección. Es la palabra que llega a tu corazón cuando estás sola y abandonada, cuando imploras desesperadamente un poco de calor humano y de cariño.
Juega con ella, hazla correr como cuando te perseguía con la correa. BÉSALA, ella aún piensa que eres niño. TÓCALA, es frágil, su cuerpo ha cambiado. Pero sobretodo ÁMALA, su corazón sigue intacto…
Yo amo a mi mami… ¿y tú?