Al conmemorar el primer mes de la partida de Betty escribí: “Se fue llevándose parte de nuestras vidas, nuestras vivencias, nuestra manera de ser y nuestros sueños”. Al año de su largo viaje nada ha cambiado en mi recuerdo ni en mi tristeza, aunque sé que la vida sigue adelante, ahora con nuevos desafíos y otras metas que estamos obligados a alcanzar. Nunca dejaremos de estar agradecidos, a mi familia toda y a los amigos, por esas expresiones de solidaridad. Y cada año hermosearán las quillosisas y las hojas de los floripondios serán de ese color verde intenso cada vez más. Gracias a todos que nos acompañaron: los tengo en mi memoria, aparecen en esas imágenes que serán imborrables. Los veo con sus miradas, con sus gestos, con sus palabras. ¿Qué hubiera sido de mí sin todos ustedes? ¡Gracias! ¡Un millón de gracias!
Con Betty cultivamos una relación inusual. Hubo un acuerdo tácito en que no debería haber entre nosotros ese anquilosamiento producto de la rutina, como de esas relaciones predecibles que José Ángel Buesa nos dice en uno de esos poemas. El resultado de casi medio siglo de vivir juntos resultó ser como si nunca nos hubiéramos conocido. Pero nos conocimos bastante, y mucho. ¿No es esto maravilloso? ¿Cuándo nos enamoramos? ¿En qué momento se produjo esa llama que no se apagaría nunca, no perdiendo ese encanto a pesar de todos los riesgos y para los cuales nunca tenemos planes de contingencia? ¿Cuáles son esas canciones que nos vincularían siempre? La recuerdo sintonizando radio Atalaya, ensimismada en su música, que nunca entendí.
Vamos a encontrarle un significado y un motivo por lo que Betty estuvo entre nosotros. Es ese bosque urbano que siempre soñó, es esta ciudad de Tarapoto con sus alamedas y arboledas y con su gente caminando. Y hacerlo realidad no debería costar mucho si es que amamos a la gente y no nos dejamos seducir por lo espontáneo, lo improductivo y la poca visión para no construir una ciudad vivible. Vamos a luchar por los sueños de Betty, pues, tarde o temprano, ese bosque natural con su verdor exuberante y pródigo deberán ser parte de nuestra vida cotidiana.
No es fácil escribir una nota para alguien que fue parte de nuestra cotidianeidad. Los sentimientos que nos embargan son tantos y tan fuertes que siempre creemos que no escribimos lo que verdaderamente significó en nuestras vidas. Imposible traducir en palabras esa mirada indulgente y comprensiva, esa risa expansiva ante una sana picardía, esos momentos compartiendo la mesa. Si importante y muy valioso fue lo que ella nos dio, maravilloso es también haber disfrutado la belleza de esas noches de luna llena. Con Betty solíamos salir a la carretera para sentir la emoción de ser llenados por la luz natural de esa luna en toda su magnificencia y esplendor que nos llenaba de optimismo; un privilegio del que pocos disfrutan por el maniqueísmo de nuestro tiempo.
A un año de la partida de Betty estamos aprendiendo a depender de nosotros mismos, porque ella era todo. No es fácil; cuesta aceptar la realidad. ¡Gracias, Betty, por haber compartido nuestras vidas! A nuestro bisnieto, que ya está en camino, le diré que le amarás desde la Eternidad. ¡Qué pena que nunca te acariciará esa cabecita de repollito!