Ante la situación en la que ha sido puesto por el azar y las secuelas de la corrupción palaciega, le quedan dos caminos bajo la sombra de la ética y la salud de la República. Y, claro, todos los peruanos esperamos sinceramente que no tome otro, el fácil, el del oprobio, ese que hará que los libros lo mencionen como un presidente suplente, como el fusible que evitó el descalabro nacional, pero que mantuvo al paciente en cuidados intensivos y terminó sin pena ni gloria. La Nación, el pueblo, la gente, le exige que opte por cualquiera de estos dos caminos:
El primero pasa por convocar a una junta de notables y designar a los profesionales más capaces y reputados en sus áreas para que integren su gabinete. Nada de chantajes con más políticos, sino profesionales y técnicos de valía. Nada de gobernadores regionales mediocres, empresarios traidores, amigos del oportunismo ni rimadores de sobras. Tiene que haber anorexia de entreguismo porque la patria no se vende, con la Nación no se negocia, señor Vizcarra.
Asimismo, debe pedir la renuncia de todos los embajadores, gerentes públicos y directores de programas para que sean sus ministros nuevos -apolíticos y entrenados- quienes elijan a sus jefes, supervisores y asesores. Por último, tiene la misión de reflotar el Acuerdo Nacional e incorporar en él a la pléyade de intelectuales probos, ex políticos sin manchas y técnicos reputados. Además, debería presentar en 30 días el bosquejo de su plan de gobierno que debería apostar por la educación (como lo hizo en Moquegua) reforzar la política de salud pública y darnos luces sobre nuevas inversiones alejadas de la minería que todo lo contamina, que todo lo corrompe y destruye.
El segundo camino es el más difícil, pero el más sano. Lo sacará del poder, pero lo pondrá en la retina de pueblo como un hombre que supo renunciar a la casualidad y anclar en la causalidad. Debería disolver el Congreso y convocar a elecciones generales porque es insostenible el contubernio y la crisis moral de ese Poder Legislativo donde la caries es sonrisa, donde la miasma emerge por borbotones y donde los pesticidas ya nada pueden desinfectar.
El Perú se merece otros dirigentes, unos que sean de carne y hueso, que hayan pasado hambre, pero que la hayan saciado con el sudor de su frente y el incendio de neuronas. Sólo aquellos que pudieron levantarse confiando en el honor de la palabra pueden llevarnos a otro destino, lejos de bancadas genuflexas ante la coima, las conciencias rentadas y las obras con prebenda contante y sonante.
Cualquier otro camino lo llevará a la vereda del servilismo putrefacto, a la acera del esclavismo bárbaro y nos condenará a recibir el bicentenario de la independencia en medio de un carnaval grotesco. No seamos más el país de la corruptela a granel, del golpe de Estado con apellido, de la pendejada criolla. No seamos más una patria bananera.
Tenemos todo para salir de esta maroma con gangrena. Si usted no puede señor Vizcarra, mejor use el piloto automático. La patria se lo agradecerá. Un pueblo heroico no merece un gobierno indigno… ni un presidente sin agallas.