Ayer se terminó la historia de una mujer que se enamoró del hombre equivocado, que compartió momentos, seguramente lindos, con alguien con quien tuvo dos hijos que eran fruto de lo que en su momento habría sido amor.
Se acabo la historia de Nirza Monsalva, pero se inicia una nueva historia, triste, dolorosa de cómo es que dos pequeños sobreviven a este infernal drama: enterrar a su madre, asesinada, de acuerdo a todos los indicios, por su propio padre, quien ya está en prisión y a quien no podrán ver.
Se inicia la historia de dos familias que tendrán que andar con el corazón roto, pues la familia del presunto asesino también sufre, porque nadie puede entender la determinación de matar a otro ser humano.
Habrá bulla, por parte de las autoridades, “interés” de hacer seguimiento a los pequeños para su sostén sicológico, espero equivocarme, que al pasar el tiempo, estos niños no sean unos más que se olvidan.
El corazón duele cuando nos ponemos en cualquiera de las posiciones, en estos casos (asesinatos) hay una cadena que se forma e involucra a muchas personas, hijos, padres, hermanos y quienes se culpan, en algunos casos, por no haber actuado a tiempo y evitar que la consecuencia haya sido la que jamás hubieran imaginado: la muerte.
Nirza no puede irse en paz, pues hay dos pequeñas razones que dependían de ella.
Pude no haber conocido a la protagonista de esta historia, pero cómo no va a causar indignación y preocupación por lo que ocurre, en nuestro país, son 116 asesinatos el año pasado y si hacemos una estadística podríamos hablar de 3 muertes cada día.
El presunto autor del crimen ya está tras las rejas para las investigaciones preliminares, se pide todo el peso de la ley y que no vuelva a ver las calles… las prisiones se van llenando de estos casos, centros que de rehabilitación no tienen nada, que son frías y bota al delincuente, quizás peor de como lo recepcionó.