Por: Willian Gallegos
El caso ocurrió en Pucacaca según como me lo contó don Amílcar Rodríguez del Águila, ciudadano riojano jubilado del magisterio-y de todo, según cuentan–, mientras tocaba su clásico acordeón piano con el que logró obtener las cosas más importantes de su vida, y no es chisme relatarlo. Este distrito tiene una rica historia como que, también, tuvo y tiene personajes que hicieron época por lo que vamos a iniciar una serie con el objeto que estas agradables anécdotas no se pierdan.
Hasta los años setenta del siglo pasado, Pucacaca era parte del itinerario obligado de las líneas aéreas Faucett y Satco, donde recogían carne y tabaco, principalmente, y cuando aún era parte de la provincia de San Martín, como lo era también Picota. En Pucacaca se asentaron destacadas familias como los Arévalo, Trigozo, Guerra, Urrelo, García, Terleira, Rengifo, etc. Posteriormente estas familias serían reemplazadas por migrantes que llegaron como parte del boom del arroz, y que a la larga fueron factor de desaparición de la rica ganadería de la zona.
En el año de 1968, en Pucacaca, cuando la carretera marginal de la selva ya estaba construida, cierta tarde llegó a la tienda de don Alberto Reátegui Guerra, conocido como “El Baratillo”, un primo suyo. El comerciante le dijo: “Primo, te vendo una sachavaca, que lo tengo amarrado y bien cuidado en la casa de Anselmo Ushiñahua, en Tiraquillo”. El recién llegado creyendo hacer un buen negocio aceptó el trato pagando al contado. Como había confianza entre ellos no era necesario cumplir con ese procedimiento que se conoce como “plata en mano y chivato en pampa”. Al día siguiente, después del trato, don Alberto se internó por la zona de Shamboyacu, y el comprador se avitualló de sogas y con dos ayudantes fue a Tiraquillo a recoger la prenda.
Llegaron a Tiraquillo a las diez de la mañana. Después del saludo normal, el primo le dijo a Ushiñahua que iba de parte de El Baratillo a recoger una sachavaca. El hombre se rió a carcajadas y le explicó que a él le decían sachavaca. “¡Una granputa, carajo, conociéndole al Baratillo maliciaba que la venta era una pendejada!”, dijo el primo. No le quedó otra salida que retornar al pueblo con su arma al hombro, como solemos decir.
El primo se olvidó de la cuenta y se hizo la promesa que le devolvería al Baratillo la broma cuando se presentara la oportunidad. Y así pasaron los años, y don Alberto tenía que mudarse a vivir en Tarapoto, precisamente en el año de 1979 cuando comenzaron a instalar los primeros teléfonos en la ciudad. Era la época cuando los pudientes de los pueblos migraron a la ciudad, que les ofrecía mayores oportunidades y una mejor calidad de vida. El burlado creyó encontrar el momento de la venganza, que fue una de antología.
Enterándose que a don Alberto le iban a instalar su teléfono, el primo se informó del momento en que lo harían y del número. Al día siguiente de la instalación viajó a Lima por sus negocios y de esta ciudad llamó a la casa y cuando contestó don Alberto, con una voz afectada, dijo: “Señor Reátegui, le llama el técnico de Entel Perú, y queremos probar si su línea funciona correctamente, por lo que usted tiene que silbar la canción que más le gusta por el teléfono para comprobar la calidad del audio”. Y El Baratillo silbó “La bocina”. Después de cinco rondas de silbidos, en donde el “técnico” le exigió que silbara con todas sus fuerzas, don Alberto protestó diciendo: “Oiga técnico, usted se está burlando de mí, y no puedo permitirlo”. Fue entonces que el primo, hablando ya naturalmente, dijo: “Alberto, ¿te acuerdas de la sachavaca que hace diez años me vendiste?”
A don Alberto Reátegui Guerra, ya fallecido, lo conocí en la época en que trabajaba en el Banco Agrario. Entre nosotros había una relación, si no frecuente, de mutuo respeto. Fue un personaje singular, caracterizado por su buen humor. Constituyó una honorable familia con doña Laura García, teniendo varios hijos: Arnaldo, Mirian, Edwin y Rosmery. De Rosmery guardo un grato recuerdo pues fue mi pareja de promoción cuando terminé la secundaria en 1966, una fecha realmente histórica.