Por: Raúl Herrera Soria
Cuando escuchaba la palabra ronsoco o cuando veía la figura del gran roedor, vibraba en mí un sentimiento indescriptible. Es como si esa palabra guardara en su sonido el canto de los ríos, el susurro de las hojas y el orgullo de nuestra tierra. Decir ronsoco es afirmar nuestra identidad, es reconocer que este animal no solo es el roedor más grande del mundo, sino también un símbolo de la riqueza de nuestra fauna.
Últimamente, sin embargo, he notado cómo empieza a desplazarse el uso de ronsoco por términos como capibara o carpincho, palabras que, aunque correctas en otros contextos, no reflejan nuestras raíces. El término capibara, usado principalmente en países vecinos, parece estar ganando terreno en los libros, en los programas educativos y hasta en las conversaciones. Pero, ¿por qué permitir que se apague nuestra forma ancestral de nombrar lo que nos pertenece?
Por eso, he insistido, y lo vuelvo a hacer aquí, en que el Ministerio de Educación debe proteger nuestras costumbres y el amor por lo nuestro. No se trata solo de un nombre, se trata de un legado que merece ser reconocido y difundido. Enseñar a las nuevas generaciones a decir ronsoco no es un capricho, es un acto de resistencia cultural frente a la globalización que muchas veces uniformiza y diluye nuestras particularidades.
Me pregunto, ¿Cuántas otras palabras estaremos dejando en el olvido? ¿Cuántas formas de llamar a nuestras plantas, nuestros animales y nuestras costumbres ya se han perdido sin que nos demos cuenta? Defender ronsoco es una pequeña batalla en un campo más amplio: el de mantener viva nuestra identidad amazónica.
Así que, a este ritmo, es momento de actuar. Hablemos de ronsocos con orgullo, expliquemos su nombre a quienes no lo conocen y reclamemos su lugar en los textos escolares. Porque cada vez que decimos ronsoco, hacemos que nuestra Amazonía se sienta un poco más cerca, más nuestra.