Por Willian Gallegos
Ya se ha puesto en marcha el proceso electoral para elegir a las próximas autoridades locales y, según analistas, estas elecciones serán sucias, turbias y, de repente, criminales, como llenas de intrigas serán los años de las gestiones de los nuevos alcaldes, por culpa de legisladores imbéciles, puesto que las pasarán en pindinga por ese perverso mecanismo “democrático” de las revocatorias, y porque, también, se termina eligiendo a la gente que no queremos.
Lo ocurrido en Lima con Susana Villarán es la demostración más asquerosa de los políticos peruanos –de quiénes y cómo son los políticos en nuestro país–, cuando la alcaldesa fue objeto de la campaña periodística y de los operadores políticos más perversos para vacarla y revocarla, donde Mulder –el perfecto peón de la política– quiso justificar la participación del Apra en la campaña sucia diciendo que lo hacían para recoger percepciones de cómo estaba su partido en la percepción de los limeños. Al obediente y obsecuente pelado lo mandaron –como siempre– a hacer el triste papel de botar los trapos sucios, para el que está excelentemente preparado.
Si bien es rescatable que Fernando Belaunde Terry, un gran demócrata, en su primer gobierno restituyera un derecho donde los ciudadanos tuvieran la oportunidad de elegir a sus autoridades, el proceso, finalmente, devino en corrupto y perverso, porque ha dado origen a mafias organizadas, a movimientos que surgen solo para ganar los procesos electorales, que son vistos como parte de una inversión y un negocio. Un ciudadano honesto, si no tiene dinero, está al margen de este derecho “democrático”.
Como ya conocen mis lectores, vengo exigiendo que se eliminen los procesos electorales para elegir a los alcaldes. Pues, busquemos una fórmula para que, saliendo de lo que se conoció como los “ciudadanos notables”, y perfeccionándolo, elijamos al que se podría conocer y aceptar como un ciudadano probo y con visión, que pueda hilvanar un discurso siquiera de medio minuto, aunque no tenga dinero, pero que sepa escuchar a la gente, maneje escenarios para ya no tener como alcalde a tantos farulleros que no saben ni donde están parados.
Entonces, ¿son las elecciones el mecanismo ideal para la democracia? No, porque con ello la democracia atenta contra sí misma. Porque dentro del juego de la democracia se camuflan –ejemplo tenemos por doquier—políticos con declarada vocación asesina, criminales, pillos, psicópatas, maníacos depresivos, demagogos, figuretis lenguaraces, vivazos, sinvergüenzas, cundas, débiles mentales que creen a pie juntillas a los que los desinforman, enfermizos, calumniadores profesionales, políticos que, habiendo perdido el sentido de la realidad, se ufanan de considerarse perfectos, imprescindibles y con derechos adquiridos –y miremos el escenario donde tenemos a los Toledo, Castañeda, Alan García, entre otros–.
Entonces, volviendo a un nuevo mecanismo para elegir a nuestras autoridades, la sociedad hará que muchos indeseables que viven de la política desaparezcan de la escena. Y será más justo porque los nuevos alcaldes estarán libres de esa perversidad de los revocadores profesionales, quienes no han sabido entender el sentido de la democracia. Y para sustentar mi propuesta, me remito a la experiencia de la democracia ateniense en los tiempos de Pericles, sistema que funcionó perfectamente durante la época que se llamó el Siglo de Oro de Pericles. El filósofo español Jesús Mosterín, que estuvo hace poco en Lima, abunda en el asunto que comento en su magnífico libro Historia de la Filosofía. Con el sistema impuesto por el gran político griego los atenienses se libraron de los lenguaraces, sofistas y demagogos, entre otros. El sistema empleado fue el mecanismo del sorteo.
¡Abajo las elecciones municipales! ¡Abajo los legisladores imbéciles, mafiosos y cundas! ¡Abajo el aventurerismo político! ¡Que nuestras autoridades sean los mejores ciudadanos!