El reportaje del periodista colombiano Gerardo Reyes, ganador del Premio Pulitzer, el Nobel del periodismo en el mundo, emitido por UNIVISION de Miami y retransmitido en un informe del programa “Cuarto Poder” de América TV, en que se demuestra claramente los indicios que involucran a Joaquín Ramírez Gamarra, el hombre más poderoso de Fuerza Popular, con delitos de lavado de activos y narcotráfico, no sólo causó conmoción en todo el Perú, lo que era de esperarse, sino que desató las iras de quienes se suponen que en vez separarlo inmediatamente de sus filas, lo blindaron durante varios días en una campaña de defensa nunca antes vista, en que la misma candidata Keiko Fujimori acusó sin ninguna prueba a su contendor Pedro Pablo Kuczynski, de ser el autor intelectual de lo que ella calificó de calumnia y difamación.
Muchos se preguntarán ¿Cómo es posible que una candidata presidencial, que por lo menos debe guardar las formas, haya perdido los papeles la noche de la emisión del reportaje y haya insultado, no sólo a PPK sino también a los conductores del programa y al canal de Tv, actitud que en los días siguientes fue imitada con diversos matices por su acompañante en la plancha presidencial, el ex ministro del dictador Fujimori, José Chlimper y por otros sujetos impresentables del fujimorismo duro como la inefable Luz Salgado y el congresista Becerril, un vestigio prehistórico de las peores épocas del fascismo y la fuerza de la mentira y la brutalidad? La respuesta es bien sencilla: porque Joaquín Ramírez y compañía son el nuevo poder que se ha consolidado en el neo fujimorismo, reemplazando al poder mafioso de Vladimiro Montesinos.
El Perú, si se instala en el poder el fascismo neofujimorista, entrará sin ninguna duda en el ranking de los narcoestados del planeta, en que el narcotráfico ya no necesita de intermediarios corruptos en las altas esferas de los gobiernos, sino que los narcotraficantes se hacen del poder y gobiernan para sus propios y exclusivos intereses. Esto fue evidente durante la era Fujimori-Montesinos, pero con el atenuante que en aquel tiempo nuestro país era tan sólo proveedor de pasta básica de cocaína para Colombia, que por entonces era el país productor y principal distribuidor de clorhidrato de cocaína. Hoy las cosas han cambiado en Colombia y ésta le ha cedido ese triste papel a México y al Perú, que ahora sí es un país de elaboración y distribución de clorhidrato de cocaína y que ya ha conformado cárteles poderosos que llevan miles de toneladas de droga a los EEUU y Europa.
Para consolidarse, los cárteles peruanos de la droga han visto conveniente aprovechar la debilidad estructural del estado peruano y llevar directamente desde el gobierno las riendas de su ilícito negocio. Es por ello que ya llevan años tratando de llegar al poder por medio de la hija del ex dictador encarcelado, financiando al alimón su campaña, en la que ya han gastado cientos de millones de soles, pero que para la magnitud del negocio que manejan y para los beneficios que les supondría el tener en sus manos los mecanismos del estado, es una inversión a futuro, la que muy bien podría ser a un futuro cercano si en esta segunda vuelta electoral una gran mayoría de peruanos ignorantes y desinformados, engañados por las dádivas y promesas de la candidata de la corrupción y la droga, le dieran su voto, con lo cual le darían el poder del Ejecutivo, que, aunado al que ya consiguieron en el Legislativo, nos convertiría en una republiqueta coquera, con todo un corrupto poder judicial a su servicio.
Ya nos han dado indicios de lo que esto sería individuos como Becerril, que sin ambages ha declarado que las cosas se harán “como por un tubo” y que en su frenetismo de codicia no vacilan en intentar manchar la honra de hombres probos como el congresista Carlos Bruce, que los ha enfrentado sin temor y los ha desenmascarado en su afán de hacerse del poder a cualquier precio. Por ello es que los peruanos debemos reflexionar y hacer reflexionar a nuestros compatriotas para que, al margen de diferencias ideológicas, nos mantengamos unidos en esta lucha que tendrá su final el 5 de junio y en que las fuerzas de la verdad y la honestidad deben vencer a las fuerzas oscuras que intentan que seamos el flamante narcoestado de América del Sur. Eso es algo que no debemos permitir. En esta lucha no hay izquierdas ni derechas, sólo gente que lucha contra el narcofascismo que se quiere instaurar.