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sábado, diciembre 7, 2024
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La felicidad del “ignorante”

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El hombre es un ser de ritos, ya lo dijo alguien, un ser hasta cierto punto influenciable, que precisa de adherencias y pertenencias a grupos, a organizaciones, a una familia más allá de la familia sanguínea. Es así que desde tiempos inmemoriales el hombre ha “pertenecido” voluntariamente a grupos más o menos organizados que levantaban en alto una fe en un dios o varios dioses, en una deidad a veces tomada de la misma naturaleza. Con el correr del tiempo esa fe se institucionalizaba, se convertía en elemento consustancial de la identidad de ese pueblo, de esa nación. La fe cristiana tiene, preciso es reconocerlo, ese carácter, esa fortaleza histórica más allá de las discrepancias y pasajes grises y hasta oscuros de su pasado.

Pero la organización e institucionalización de una fe tiene sus riesgos, su talón de Aquiles. En la medida que se llena de ceremonias, de jerarquías, de formas va perdiendo naturalidad, familiaridad y fondo. En su afán de guardar el orden y la reverencia despiden por la puerta trasera a la espontaneidad, a los actos sin protocolo, y por lo mismo más sinceros, de gratitud y adoración. Y a tal punto es que se levanta en alto la bandera del orden y la reverencia en algunas iglesias que, no tengo duda, sacarían de su iglesia a empujones a un David que danzaba cuando adoraba a su Dios o hasta al mismo Jesús si éste siguiese el ejemplo del pastor que se hizo rey.

Si en vez de ceremonias artificiosamente realizadas compartiéramos la fe como el pan en la cena familiar, entre risas y voces de contento; si en vez de estructuras y jerarquías gustáramos de la palabra hermano como un elogio, como un regalo; si desnudáramos a nuestra fe de tanto ropaje tal vez nos encontraríamos con un triste cuadro: que detrás de tanta cosa no hay nada en el cofre donde guardamos nuestra fe como un tesoro. Porque al fin de cuentas las formas y los adornos muchas veces pretenden ocultar la ausencia de la fe porque en algún momento, en algún punto se ha perdido la esencia de la fe.

Bendita sea la fe del humilde de corazón, la fe de aquel que cree sin buscar más argumentos y más por qués. Bendita y admirable la fe que impulsa soñar con imposibles e ir tras las estrellas. Bendita la fe que logra un hogar exitoso, una vida de servicio a los demás, un hombre que puede ser honesto cuando dice estar feliz. Bendigo la fe del niño, la fe del hombre y mujer con alma de niño. Bendigo a la fe que redime a un drogadicto, a la fe que restituye la dignidad de una mujer golpeada por la vida, a la fe que inexplicablemente logra que alguien perdone lo imperdonable. Bendigo a la fe que hace que una persona sea mejor persona, que una vida sea fruto y también semilla.

Podemos no estar de acuerdo y no compartir la fe que tiene otra persona, pero no tendría corazón para arrebatarle su porción de esperanza, su ración de paz que encuentra en su fe. Creo en un Dios más allá de creer en una iglesia, y tal vez no sea el mejor creyente y mucho menos el mejor cristiano, pero soy cristiano, y lo digo aunque ser cristiano sea visto entre algunos casi como ser un ignorante. Pues hay quien envidia la felicidad del “ignorante”.

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