La Constitución Política del Perú establece claramente la finalidad primordial de la Fuerza Armada, la cual es garantizar la independencia, la soberanía, y la integridad territorial de la República. En los momentos mas aciagos de la historia nacional, la Fuerza Armada ha concurrido patrióticamente a cumplir su rol asignado. Todas las clases, todos los pensamientos, todas las razones, todas las sangres se fusionan cuando se viste el uniforme de la Patria. La Fuerza Armada refleja nuestra verdadera identidad y carácter nacional. Nos ha acompañado desde antes de la fundación de la República al luchar por su independencia, y constituyen el seguro nacional para la existencia de nuestro país y sus próximas generaciones. No obstante la importancia de contar con un seguro privilegiado como lo es nuestra Fuerza Armada, un seguro demanda contrastarlo contra la probabilidad de ocurrencia de las amenazas, la proporcionalidad del costo-eficiencia de su empleo, la capacidad de mantener esa inversión en el tiempo, el contexto que envuelve el ambiente estratégico, y las tendencias que delinean las futuras amenazas y riesgos en un mundo que avanza por: espectaculares saltos tecnológicos, rápidas comunicaciones en tiempo real, un precipitado calentamiento global, un ambiente cibernético presente en todos los sistemas, y en donde los datos se multiplican exponencialmente convirtiendo a los que logran dominarlos en dueños de la información en la era digital.
En un país como el Perú, donde las necesidades son extremadamente abundantes y los recursos perniciosamente insuficientes, la teoría económica de los recursos escasos se encuentra más viva que nunca exigiendo constantemente una priorización de las inversiones sobre la base de los recursos disponibles. Como el caso en que un hogar deba decidir si invertir en educación, alimentación, calzado, abrigo, o en un seguro de salud, dependerá directamente de las prioridades e ingresos del hogar. Y si la familia opta por dejar de lado el seguro, convencida de la baja probabilidad de ocurrencia de accidentes prefiriendo otras necesidades, comprenderá amargamente que su gasto será cuantioso, y quizás impagable, si sucede un accidente y no cuente con un seguro respectivo. Sin embargo, peor sería que habiendo sacrificado otras necesidades, decida por contar con un seguro, y ante la desgracia, tal seguro sea incapaz de brindarle ayuda según los términos del contrato.
Son pocos los que alzan la voz sobre lo que realmente sucede con nuestra FFAA, nuestro seguro nacional. La imagen cuantitativa disimula lo cualitativo. El pensamiento estacionado todavía en la Guerra Fría prefiere la estructura gigantesca traducida en grandes unidades militares imposibles de completar y mantener. Situación problemática que se acrecienta por los adelantos tecnológicos que a su vez aceleran la obsolescencia de los sistemas de armas y comunicaciones. Por tal razón, el seguro nacional con el que contamos hoy no cubre, ni cubrirá en el corto plazo, las expectativas de la Seguridad Nacional. Su cobertura es limitada, elemental, básica, y si se utiliza en esas condiciones, el copago que desembolsará la Nación no solo se limitará a lo económico. Los casos de Yemen, Siria, o la guerra Ucrania-Rusa, indican claramente que es imprescindible mantener nuestro seguro nacional, no solo porque es parte esencial de nuestra identidad, sino porque es indispensable para la existencia y continuidad de la Nación; sin embargo, la cobertura debe modificarse.
¿Qué clase de Fuerza Armada queremos para el futuro? debería ser la gran tarea de Estado con visión estratégica-política que debería plantearse. Como no existe un liderazgo en ese sentido, la misma FFAA ha reaccionado, incursionando en nuevas tareas como el apoyo a la gestión de desastres naturales, la lucha contra el narcotráfico, la tala y minería ilegal, entre otras actividades, para demostrar su vigencia y hacer frente indirectamente a la constante reducción de su presupuesto que somete su capacidad operativa. Actuar de esa manera significa condicionar la Fuerza Armada para tareas que no son la finalidad primordial de su existencia. Por lo tanto, o se cambia la constitución, o en su defecto se crean instituciones operativas exclusivas para tales fines. ¿Qué pasaría si la Fuerza Armada, en su actual situación, tendría que operar al mismo tiempo en operaciones militares de envergadura y en apoyo a la gestión de desastres naturales? ¿Por cuál se decidiría?
Antiguamente, una Fuerza Armada se medía por la cantidad de hombres en armas. En la segunda década del siglo XXI no es posible pensar así. Eso es ir contracorriente, quedándose en el pensamiento fundado en las leyes de la mecánica newtoniana. Cantidad no es igual que calidad. Requerimos una Fuerza Armada altamente móvil, tecnológicamente equipada, con estándares sobresalientes de entrenamiento, con una moral capaz de sobreponerse a la adversidad, y concentrada en la razón primordial de garantizar la independencia, la soberanía, y la integridad territorial. Los cambios o restructuras por hacer deben enfocarse en el entendimiento de la era digital, con un contexto cambiante e imprevisible. Necesitamos una nueva Fuerza Armada dotada de todas sus capacidades y coberturas, en donde nuestro copago sea el fruto de nuestro trabajo y no la sangre de nuestros hijos o la ruptura de la Nación. Una fuerza capaz de ser utilizada en el momento que se le necesite y esté en toda situación en condiciones de vencer. Necesitamos actualizar nuestro Seguro Nacional, nuestra ancestral y orgullosa Fuerza Armada.