Los Wiwaneros, cumpliendo nuestra misión, a nuestras conversaciones, y de manera espontánea, vienen recuerdos, y que muchas veces se refuerzan con fuentes escritas disponibles, como las revistas publicadas por don Amílcar Rodríguez del Águila, como vamos a contarles hoy día. Un valor ético de los Wiwaneros es reconocer los méritos y los aportes de la gente. No existe en nosotros la mezquindad, ni nuestras antipatías dirigen nuestras conductas. José María Arguedas, por ejemplo, siempre se quejó del ninguneo a que fue sometido por la “culta” cofradía literaria limeña.
Tarapoto es construcción de gente foránea y don Amílcar Rodríguez del Águila lo testimonia en sus revistas, aunque nunca he entendido el por qué muchos editores recortan de sus revistas la fecha de su edición y nos quedamos sin datos valiosos. Por ejemplo, la revista “El Ashishito”, de César Herrera Luna, no tiene los créditos de la fecha de su publicación y priva a sus lectores de la época en que narra los hechos. Esto como una crítica constructiva.
Cuando retorné a Tarapoto, en diciembre de 1961, había en la ciudad dos orquestas que hacían furor en las fiestas tarapotinas. Eran la “Cubanacan Jazz”, de los esposos Ángel Arce Maicelo (Iquitos, 1919) y su señora Acela Ruiz Vargas (Lamas, 1924). La otra, la orquesta “Costanera Ritmo”, del profesor Aurelio Bance Santisteban, quien era profesor de música en el colegio Jiménez Pimentel y, como tal, director de su famosa banda de música. Ambas orquestas hicieron furor en Tarapoto durante toda la década de los sesenta del siglo pasado. Tarapoto, pues, era una ciudad fiestera, a donde llega ya al finalizar la década, la “Johnny and Coco”, con quienes bailé esa hermosa cumbia “Jugo de piña”, y ¡para que les cuento! Los locales clásicos eran los de los clubs sociales San Martín y La Unión. Los del pueblo solíamos sacar chispas del piso en la Casa del Maestro, el Club Huracán, la casona de la familia del Águila en el barrio Huaico. En la década de los ochenta degenerarían los bailes sabatinos y este proceso de deterioro comienza en el famoso local de Los Camaleros adonde íbamos sin tener la seguridad de salir indemnes. En este siglo XXI esas fiestas son historias del pasado. Esas “funcias” son parte de nuestra nostalgia.
La familia Arce Ruíz fue emblemática en Tarapoto en donde, más que la orquesta, su estudio fotográfico fue la que mayor demanda tenía en la ciudad. Don Amílcar Rodríguez nos relata que doña Acela, al darse cuenta que su esposo se dedicaba más a la música, “tuvo que aprender los secretos de la fotografía”, para salvar la economía familiar. Doña Acela, con cámara en mano, salía a tomar las instantáneas. Para ella no era ningún obstáculo ir a los lugares impensables, mientras en la Plaza de Armas don Sabino Chávez, un fotógrafo que también fue un personaje de la época, hizo su centro de trabajo premunido de una cámara que tenía una manga o cámara oscura que, según las malas lenguas, era nido de cucarachas. Don Sabino García era infaltable en las fiestas patronales de los pueblos y a Chazuta llegaba todos los meses de junio. El estudio fotográfico “Arce” estaba ubicado en la segunda cuadra del jirón Ramírez Hurtado, a unos veinte metros de la esquina de la Plaza de Armas. (Comunicando Bosque y Cultura – Los Wiwaneros Ancestrales).