La racionalidad ´humana al parecer ha llegado a su máxima expresión. Las personas de carne y hueso, huecas de sublime sentimiento, con mente llena de materialismo, solo piensa y actúa en la satisfacción plena de sus pasiones carnales y de sus recónditos caprichos. Que satisfacción sentirán cuando sus revolucionarias ideas conllevan al asesinato del mayor número de personas inocentes. Sentirán el éxtasis de tocar el cielo con las yemas de los dedos. Ejecutan grandes, innovadores y perfectos proyectos de asesinatos en masa en salas de cine, en recreos a gente inocente que solo está en lugares de recreación. Grupos humanos que se organizan para el terror, que utilizan grandes recursos dinerarios para adquirir armas, que entrenan bastante e incluso consideran a niños en éstas actividades terroríficas. Pueblos que fueron bendecidos con el petróleo, recurso natural que ha generado grandes ingresos económicos, han perdido el norte del desarrollo; y por la supuesta facilidad del ingreso del dinero, han desviado la atención de las consecuencias. El dinero solo es dinero.
No debe dársele más valor de lo que tiene. No debe reemplazar el contexto integral de la persona. La persona sin dinero puede vivir de manera normal. En cambio, el dinero sin la persona es un trozo de papel sin valor.
Es la persona la que ha ideado dar valor al dinero y así también le puede quitar. Pero, ese valor del dinero nunca podría estar por encima del valor de la persona.
Con la venta del petróleo muchos grupos humanos han conseguido amasar fortunas de dinero y con ellas sienten elevado el ego que los conlleva a ufanarse y sentirse con autoridad de vengarse, de quitar la vida a otras personas. Es tiempo que la humanidad mundial se una contra todo tipo de violencia.
La vida humana es corta, tan corta que setenta o cien años es como el pestañear de un ocaso del sol poniente. La vida no es nada en comparación al tiempo ilimitado. Los humanos que viven quieren vivir la vida con felicidad. No es justo que alguien, de quien pasa por su cabeza ideas salidas del contexto natural del ser humano, se tome el atrevimiento de quitársela.
Hay necesidad de humanizar la humanidad, donde todas las personas se respeten, se quieran, se abracen, se ayuden, que compartan momentos de alegría. ¿Tan difícil es practicar el bien? ¿Por qué se prefiere matar en vez de ayudar a vivir a una persona? Nuestro duro corazón se ablande. Abrámoslo y permitamos el ingreso del Espíritu Santo, para que de una vez, aprendamos a vivir en santidad, en armonía, con alegría, olvidándonos de aspectos negativos de la vida e impulsando las alegrías que solo Dios nos puede dar.
Humanizar la humanidad tampoco es tarea fácil. Es más fácil hacer el mal, que hacer el bien. Es más cómodo andar por el camino ancho. Las cosas buenas generalmente son difíciles, se necesita de perseverancia para emprenderlas.
Muchos prefieren ir a la discoteca que ir a la biblioteca. Otros prefieren pasar el día bebiendo licor que haciendo alguna caridad o visitar un enfermo. Muchos prefieren hablar los defectos de una persona que hablar de sus virtudes. Ah, entonces, las orientaciones de nuestros actos generalmente no están bien encaminadas, aunque quizá éstos malos actos no las hacemos por vocación malévola, sino, porque desconocemos los alcances de la bondad.
Humanizar la humanidad no es tarea de los gobernantes, es labor de todo ser humano. Es fácil apuntar con el dedo e incriminar que tal o cual persona es la culpable. Claro, que es una forma cómoda de actuar y hasta por demás cobarde, cuando lo justo y correcto es comenzar por uno mismo, que la humanización de la humanidad primero depende de uno.