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jueves, enero 23, 2025
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Ignorancia e indiferencia

Nadie puede osar erguirse de alta sabiduría, aún haya pasado por instancias de elevados estudios académicos, aquí o en otro país, en el presente o en el pasado. La pequeñez humana no solo limita su fragilidad corporal, sino también su techo intelectual y su escasez espiritual. Hay individuos con grado de doctor, que con recursos del Estado se fueron a realizar éstos estudios en el extranjero, y en su vida cotidiana muestran pobreza de personalidad con gestos y actos de antipatía general. La sabiduría es un Don de Misericordia que Dios regala al ser humano para socializarla con los demás, compartir con el prójimo, así como hacían antes los profetas. Los conocimientos académicos son solo eso, algunas instrucciones científicas o experimentales que el investigador adquiere mediante estudios de los comportamientos de la naturaleza. Éstas adquisiciones instructivas no son nada para que enanos fulanos muestren ínfulas actitudes en sus comportamientos. Mejor ejemplo de comportamiento ha sido la vida humana de Jesucristo, quien era Dios con infinita sabiduría, lleno de Misericordia y paciencia. Por supuesto, que ningún ser humano podría alcanzar tamaña grandeza, especialmente de su voluminosa humildad.

Alrededor de quince o veinte mil años, llegaron seres humanos desde Asia a la Amazonía. Primero vivían en las playas haciendo agricultura y pesca en los meses de ausencias de lluvias. Cuando aumentaron las poblaciones, grupos de aventureros se adentraron a las profundidades de los bosques, donde tuvieron que adaptarse y vivir de la caza, recolección y la pesca. Tan grande fue el territorio Amazónico que cientos y miles de personas en su interior no provocaban alteraciones. Miles de años después, se formaron etnias propias con sus costumbres, lenguas, pero comportamientos similares. Fue la Amazonía la que cobijó al ser humano de manera integral: alimentación, techo, medicina, agricultura, ganadería. Hubo miles de generaciones de seres humanos que nacieron, vivieron y murieron en las profundidades de la Amazonía. Entonces, la selva es la casa inmemorial de éstas miles de generaciones; pero, no es la casa solamente de los seres humanos, es la casa natural de los animales silvestres, de los insectos, de las especies vegetales, plantas medicinales, frutos, maderas, lianas. Es el laboratorio natural de producción de oxígeno que los seres humanos del planeta respiramos. En la copa de cada árbol viven millones de insectos, arácnidos, aves, monos, serpientes, ardillas, musgos, líquenes, bromeliáceas, orquídeas, sogas, hongos. Todos éstos animales viven de la producción de éste árbol: frutos, flores, sombra, agua. Muchos animales le visitan porque allí están viviendo otros animales que le sirven de alimento. Solo decimos de un árbol, ahora éste se asocia con otro y otro. No solo la copa, las ramas, hojas, fuste, albergan a éstas grandes multitudes, también, en su territorio terrenal está el colchón de hojarascas, donde viven los hongos, bacterias, lombrices, insectos, roedores. Allí, dentro la hojarasca la vida es otra, debajo la hojarasca está el mantillo que es otro mundo y debajo está el suelo agrícola que es otro espacio lleno de vida animal y vegetal. En suma, la selva es un conjunto de mundos ocupando sus respectivos espacios. De lo indicado, el ser humano ha sido un intruso o un advenedizo de la Amazonía. En muchos lugares la madre tierra es venerada, en la selva debe ser más que venerada, porque no solo se refiere al abastecimiento de alimento al ser humano, sino es la propia fuente de vida de millones de otros animales, tan igual de importantes que el hombre. Con éstos conocimientos, ¿cómo no amar la selva? Cómo no gritar a voz en cuello: selva mía, ¡cuánto te amo!

La Amazonía está ardiendo desde ya casi un mes. ¿Por qué arde? Porque el zonzo humano no sabe vivir en el Edén que Dios le ha dado para que viva. El hecho de ser ignorante de la maravillosa Amazonía, no le faculta a nadie comportarse indiferente. Los países involucrados son Brasil, Bolivia, Paraguay, Perú. Cuando arde una casa y muere un gato se hace semejante alboroto, que no está mal. Lo malo es la indiferencia de países ante el incendio de miles de hectáreas de casas, de miles de millones de seres vivos, de comunidades nativas enteras que viven en esas casas naturales. Ese impávido comportamiento hierbe la sangre a cualquier selvático y ser humano normal. Dónde están esos gobiernos ejecutivos, esos congresos legislativos, esos poderes judiciales, ¿dónde se han metido? ¿Por qué no se han enviado aviones, helicópteros, millones de marinos y soldados, con equipos contraincendios a apagar esos incendios? ¿Qué se está esperando? ¿Dónde están esos abogados ministros del ambiente? ¿Dónde están esos congresistas que solo piensan en saquear las arcas de su propio país? ¿Dónde está el pueblo, bendita sea? Aquí se ve de lejos, la malévola confabulación de la ignorancia con la indiferencia.

Definitivamente, ante semejante ignorancia e indiferencia humana, no queda otra cosa que acudir al poder de nuestro creador, que envíe la lluvia salvadora y apague ese incendio por favor de una vez por todas.

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