La paz no existe más. Aunque, la verdad sea dicha, la paz es siempre algo fantasmagórico en la historia humana. Intermitente, efímera. Irreal.
En el ámbito internacional, para nadie es un secreto lo que ocurre en estos momentos en Ucrania. Los análisis al respecto empiezan a abundar y multiplicarse tal cual se multiplican los especialistas en geopolítica internacional en las redes sociales y grupos en aplicaciones de mensajería. La tensa paz que existía entre Rusia y la otrora república soviética, que aspira a integrarse a la OTAN, finalmente se rompió por decisión del régimen autoritario de Vladimir Putin. A estas alturas, negar el imperialismo ruso es tan absurdo como negar el trato injusto que Kiev ha mantenido con las minorías rusas en territorio ucraniano. En tanto, los intereses de las potencias occidentales y los del Kremlin colisionan en desmedro de una convivencia pacífica. Quienes pagan la factura, para variar, son los inocentes ajenos a los planes y ambiciones de sus líderes. Necedad dura. Sangrienta.
En el ámbito nacional – y salvando las enormes distancias con las implicancias de lo acontecido en Europa del este – la tregua política instaurada por conveniencia mutua entre un golpeado Ejecutivo y un impopular Legislativo parece haberse terminado por la reaparición intempestiva de Karelim López.
La lobista, convertida en aspirante a colaboradora eficaz, ha empezado a cantar en una sinfonía que hace tambalear al régimen de Castillo. Detallando lo sucedido en sus contubernios con el gobierno, sus declaraciones involucran directamente al presidente e incluso a congresistas de Acción Popular. Cual sucedió con Martín Vizcarra, la figura de un aspirante a colaborador eficaz se transforma en el motivo perfecto para impulsar una vacancia. Y las probabilidades de éxito, al igual que en el caso anterior, son altísimas.
De hecho, al momento de escribir estas líneas, ya se había anunciado la pronta presentación de la respectiva moción en el parlamento. Mañana – o, mejor dicho, hoy – debiera accionarse el procedimiento que, muy probablemente, terminará con la cabeza del profesor en la bandeja del hemiciclo. La situación alcanza tal magnitud y la amenaza es tan certera que el presidente se manifestó públicamente a través de un comunicado en sus redes sociales invocando la Carta Democrática Interamericana de la OEA en caso prospere el intento de sacarlo del cargo. Una vez más, la narrativa de “los enemigos del gobierno del pueblo” pretende explicar el rápido deterioro de las relaciones con el resto de fuerzas políticas y – lo más preocupante – con la ciudadanía.
Sin embargo, ¿verdaderamente se trata de un régimen asediado por quienes se negaron desde un principio a reconocer su legitimidad? Sí, pero no. Y es que, en efecto, una parte importante de la oposición anhela sacar del poder a Pedro Castillo desde antes de que lo asumiera. Pero ello no niega que Castillo ha hecho todos los méritos posibles para justificar los abyectos planes de algunos grupos parlamentarios. Copar el Estado con sus allegados y cerronistas impenitentes, pese a su evidente falta de preparación, y los arreglos bajo la mesa que se estarían haciendo en sectores sensibles, son razones suficientes para ganarse a pulso la desaprobación popular. Una desaprobación solo equiparable a la que genera el Congreso. Si este gobierno aún no ha caído, es porque tiene en frente un parlamento extremadamente desprestigiado. Una ventaja que el presidente ha ido perdiendo torpemente por voluntad propia. Necedad pura. Disparatada.