Siempre me ha encantado llevar todo al extremo y créanme cuando menciono que lo he disfrutado muy bien, hasta decir ¡basta! y es que de eso se trata la vida, nadie te quita lo vivido. Eso estoy sintiendo en estas fechas, en donde es imposible no pecar, somos infieles en todo sentido, desde la comida hasta el uso de la tarjeta de crédito.
Y así, estoy de vuelta queridos lectores, los he pensado muy seguido, alejarme durante casi 4 años no ha sido nada fácil, pero necesitaba hacer las paces con mis demonios internos, vivir nuevas experiencias, aprender, madurar y crecer. Sin lugar a dudas, me desnuda el alma las ganas por seguir escribiendo y por eso estoy de regreso.
Hoy me desperté muy temprano, los cohetones, mis perros y yo, no nos llevamos muy bien, pero no hay nada que no solucione una taza con café caliente, cargado y amargo, con ese aroma y esencia que me recuerda que lo bueno y lo mejor está por venir.
Como una especie de crisis matrimonial en donde ya no aguantas ni su respiración, así estamos terminando el año, este 2024 ha estado cargado de crisis en distintos aspectos, sobre todo en política y economía. Hemos sido protagonistas de tantos desaciertos del actual gobierno nacional, regional y local, situaciones que han sido llevados a plataformas digitales para ridiculizar y no es para menos, desde el remix del popular rolex hasta el gatito ron ron, han hecho que en el Perú no tengamos tiempo para deprimirnos.
Pero dentro de este contexto, hay una realidad que me ha tocado lidiar y me viene marcando internamente, como si me estuvieran azotando y es la realidad del desconocimiento sobre la profesión periodística y el constante ataque a quienes ejercen esta profesión, que para muchos es un simple oficio.
“Mermeleros”, “pseudo periodistas”, “sacha periodistas”, “vendidos”, estas son algunas de las frases que propina la ciudadanía en redes sociales, evidenciando un total rechazo a una noble profesión.
El periodismo, una profesión que alguna vez se consideró un pilar fundamental de la democracia y una herramienta clave para la información de la ciudadanía, está atravesando una crisis sin precedentes. Más allá de los desafíos que enfrenta, como la disminución de ingresos por publicidad y la competencia de las plataformas digitales, se ha desatado un fenómeno preocupante: la devaluación de la labor periodística.
Estos pensamientos no solo son erróneos, sino que también hacen un daño irreparable al periodismo. Y debemos poner en mayúscula y en negrita que la profesión periodística requiere estudio, capacitación, vocación y pasión, al igual que cualquier otra profesión. Un periodista debe tener una sólida formación en periodismo, comunicación, ética y derecho, entre otras áreas, su misma responsabilidad de estar con un micrófono, frente cámaras o escribiendo en un diario, exige capacitarse, actualizarse cada día. El contexto no es el mismo de hace 40 años atrás.
En la época actual, caracterizada por la sobreabundancia de información y la velocidad de su difusión, el periodismo enfrenta un escepticismo generalizado. Los periodistas son a menudo acusados de parcialidad, manipulación o servilismo hacia intereses particulares, sean estos gubernamentales, corporativos o ideológicos. Si bien es cierto que existen casos que justifican estas críticas, resulta injusto e inexacto generalizar y menospreciar a toda una profesión que, en su esencia, busca servir al interés público.
Es importante recordar que el periodismo es una profesión loable, en su forma más pura, representa el compromiso con la verdad, la vigilancia sobre el poder y la conexión entre los ciudadanos y los acontecimientos que moldean sus vidas. Los periodistas han destapado escándalos de corrupción, denunciado violaciones a los derechos humanos y dado voz a quienes no la tienen, a menudo poniendo en riesgo su propia seguridad.
El desprecio hacia el periodismo también encuentra su origen en una cultura de desinformación. Las redes sociales, aunque poderosas herramientas de comunicación, han permitido la proliferación de noticias falsas y ciertos actores políticos han adoptado estrategias para desacreditar a la prensa, etiquetándola como «enemigo del pueblo» cuando sus informes no favorecen sus intereses.
Es momento de reflexionar sobre el papel del periodismo y nuestra responsabilidad hacia él. Debemos exigir rigor, ética y calidad en la información, pero también reconocer la importancia de apoyar a los profesionales que se esfuerzan por cumplir con estos estándares. Debemos aprender a identificar fuentes confiables y distinguir el periodismo serio que tiene como objetivo la búsqueda de la verdad a diferencia de la opinión infundada o la desinformación.
El periodismo no es perfecto, pero su función en una sociedad libre y pluralista es insustituible. Detrás de cada reportaje bien documentado, hay horas de investigación, compromiso y, muchas veces, sacrificio. Honrar esta profesión implica no solo reconocer su valor, sino también protegerla de los ataques injustificados y las amenazas que buscan silenciarla. La democracia, en última instancia, depende de ello. Estamos entre el fuego cruzado de la verdad desnuda.