Por Willian Gallegos Arévalo
No existe un término más enfático para significar una descalificación severa que exprese pusilanimidad, que el de “caricojudo”. No vamos a discutir su origen, porque no soy un intelectual; los asuntos de profundidad los dejo a los expertos. La Real Academia de la Lengua no lo recoge en su diccionario. Desconozco si es un término ya de uso común en el habla nacional, y siempre lo escuché en reuniones amicales o en las esquinas del raje donde se hacen análisis profundos de la realidad mundial, nacional, en especial del escenario local y de sus personajes.
Luis Felipe Ángel de Lama, el popular “Sofocleto”, que nos llenó de humor por cuatro décadas, publicaría don libros emblemáticos, como son “Los cojudos” y “Los conchudos”, radiografía de la actitud de los peruanos. En los diccionarios antiguos, después de la definición de ambos términos, los editores solían poner en cursivas: “palabra que debe evitarse pronunciar”. Los términos mencionados: cojudo y conchudo, son antagónicos; sin embargo, mis profundas investigaciones filológicas –pido autorización a los intelectuales y académicas para emplear términos cultos—me ha llevado a descubrir que muchos cojudos, en realidad son también conchudos, y de ahí nacería el término del “caricojudo”, que es el sujeto más despreciable, si se dedica a la política.
Marta Hildebrandt, solía usar el término ´pusilánime´ para referirse especialmente a sus rivales políticos, a quienes calificaba como sujetos insignificantes y sin ningún valor en la comunidad. El problema para la sociedad se expresa cuando estos sujetos con sus actitudes “caricojudas” sacan ventaja de situaciones y llegan a ocupar sitiales expectantes y de poder sin tener capacidad ni méritos para ello. Y este proceso se da en todos los espacios sociales y profesionales, cuando, de repente, un impresentable llega a tener poder político o poderes administrativos de gran influencia.
Me atrevo a definir qué es un “caricojudo”: “Individuo que en todos sus actos muestra hipócritamente inocencia y candor con sus expresiones de una persona dulce, servicial y preocupado por los problemas de la comunidad, cuando todo ello nos es sino parte de un proceso manipulador y estrategia personal para que otras personas creen y confíen en él o ella, y que le lleve a sus objetivos para gozar de privilegios y prebendas”. Una segunda acepción sería el de “ser franeleros del poder político, muy amables, educados y corteses en sus tratos”. Pero esta es una conducta universal, y Moliere lo describe magistralmente en su comedia “Tartufo”. Son, pues, sujetos taimados, astutos, asonsacados, ´mosquitas muertas´, calculadoras y ¡saz!… dan el salto y trepan.
En el largo camino de nuestras vidas siempre nos encontramos con “caricojudos. Ahí están, ocupando altos cargos –por supuesto hay excepciones—en puestos que no les corresponden y usurpando carreras profesionales y algunos farsantes se promocionan como luchadores sociales o ´ingenieros exitosos” o grandes líderes del desarrollo, por ejemplo, cuando han llevado a la quiebra a entidades y proyectos que dirigieron, o desapareciéndolos. (Comunicando Bosque y Cultura).