Tacones en punta, ligas, medias a la rodilla, una máscara o un látigo, cualquier elemento es imprescindible para desatar sus más bajos instintos. Con amor, sin amor, con dolor, con toda clase de fluidos, entre dos, tres o diez personas.
Nuestra especie sabe disfrutar de su sexualidad como ninguna otra y, siendo tan creativos, cuando se trata de algo tan complejo como el sexo, las posibilidades son infinitas, esta misma razón es lo que lo convierte en un camino escabroso, que para muchos, resulta muy difícil transitar. De acuerdo a las normas sociales, a las que el individuo debe ajustarse, sus fijaciones sexuales pueden resultar “extrañas”, perversas o hasta enfermizas… pero siempre, placenteras.
Hace poco escuché la palabra “parafilia” y mi curiosidad, no mató al gato, pero me hizo sumergir en aguas calientes, de donde nadie quiere salir viva. La parafilia es el impulso y fantasía sexual intensa y frecuente. Es lo que muchos conocen como “desviación sexual”. El origen griego de esta palabra es “al margen del amor”. Su fuente principal de placer no reside en la relación sexual como tal, sino en alguna otra actividad, objeto o situación poco habitual. Es la cantidad exacta del almíbar para ese postre que es tu favorito o el azúcar necesario para el café, bien movido, por supuesto.
Al principio, este tipo de comportamiento sexual resulta excitante, es como cuando subes por primera vez a la montaña rusa, es algo nuevo, divertido y te preguntas ¿Por qué no? ¿Qué malo podría pasar? Algunas son pintorescas, otras podrían causar problemas cuando se dirigen a un objeto potencialmente peligroso o dañino para cualquiera de las personas envueltas en esa conducta, yendo de lo normal a lo patológico. En ocasiones se habla de perversión, si las conductas son depravadas o corruptas, como la pedofilia y el exhibicionismo, que son además perseguidas por la ley.
Tal cual como una droga, puede generar adicción. Las parafilias pueden llegar a ser la droga más letal del mundo. “¿Por qué me jalas el pelo tan fuerte?” “Ese látigo me dejó heridas”, son algunas de las preguntas más frecuentes. ¿Qué obtienen como respuestas?, las más trilladas radican en que eso les proporciona un desmedido nivel de excitación, necesario para su amor. El golpe, el látigo, el deseo sobre medido con violencia en el acto sexual, son alertas de que algo anda mal.
Y ya decía el sabio del Marqués de Sade: “La crueldad, lejos de ser un vicio, es el primer sentimiento que imprime en nosotros la naturaleza”. Aunque Sade no terminó pasándola muy bien en su vida (y seamos sinceros, estaba completamente desquiciado), aún hoy sigue dando de qué hablar, por lo que escribía acerca del sexo, el dolor, la crueldad y el sufrimiento. Los masoquistas seguramente le considerarán como un verdadero rey, pues ellos adoran la conjunción de estos factores. A los masoquistas les excita tanto dar como recibir palizas, golpes y latigazos, así como esclavizar o ser esclavizado y especialmente humillar. Las prácticas masoquistas también incluyen la asfixia y la autoasfixia, lo cual se conoce como asfixiofilia y en muchas ocasiones implica un peligro mortal.
Si acaso los pies, las manos o las axilas despiertan lo más salvaje de ti en tu pareja, quizá se le pueda considerar como un “parcialista”. A otros, les encanta “las duchas doradas”, como al músico pop Ricky Martín, quien declaró públicamente que practicaba la “urofilia”, aquella excitación con la orina, bebiendo y bañándose con ella en el acto sexual.
“El telefonito si es una necesidad”, para algunos es indispensable excitarse realizando llamadas indecentes a desconocidos, haciéndoles propuestas indecorosas y hablando de sexo de forma explícita, estas personas practican la “escatalogia”.
Los gases generan repugnancia en la sociedad, sin embargo algunos despiertan su líbido olfateando flatulencias humanas, esto es denominado “eproctofilia”, fetichismo por los gases. Sin duda, estas personas se vuelven íntimos amigos de quienes en su menú, nunca faltan los frejoles. Otros, le encuentran placer a los cadáveres y consuman su acto sexual con los tiesos y fríos cuerpos, los “necrófilos” suelen emprenden en el rubro de las funerarias, vocación les sobra.
Tres no son multitud, para algunos su placer consta en ver a sus parejas tener relaciones sexuales con otras personas. El “triolismo” es el impulso de fantasear y practicar actos sexuales en grupo, con varios compañeros al mismo tiempo, ya sea en presencia de una, dos o diez personas. Aquí, el amor colapsa.
Y aunque esto podría resultar ser solo un juego del amor, muchas de estas perversiones, podrían llegar a ser un peligro mortal.
Al margen del amor: tacones, látigos y un poco más de dolor. ¿Nunca nada es suficiente?