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jueves, diciembre 5, 2024
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Mojadas

“¿José qué quieres almorzar hoy?”, “María lava los platos”. Todavía me parece absurdo que mi cuñado no deje que mi hermana se corte el pelo, solamente porque para él es símbolo de feminismo. Me revienta el hígado que si un hombre casado tiene el pantalón roto, es porque su mujer es inútil al tenerlo así. Mi amiga no puede ir a almorzar sola con su grupo de amigas, porque el marido no cocina y a los chicos hay que atenderlos. Estos son algunos hechos que presencié en estos días, pero si retrocedo a mi infancia, la historia se pone más espeluznante.

Recordar a mis abuelos es tener esa imagen tan bonachona y de amor inigualable, pero ese no es lo que quiero puntualizar. Mi mamá tiene una hermana y dos hermanos, desde que eran niños se seguían reglas y de no cumplirlas, el castigo era duro, por ejemplo, si mi mamá pasaba por el cuarto de su hermano y lo veía sin polo, era un pecado capital, cuando en realidad la inocencia no permitía tener pensamientos pecaminosos.

Los varones en la casa no hacían nada y las mujeres se encargaban de todo. Cuando era hora de comer, ellos tenían privilegios en las presas y asientos, si las mujercitas ocupaban los asientos reservados, se ganaban una jalada de oreja para que aprendan a respetar. Esta desigualdad no era ajena cuando de parejas se trataba, pues el hombre era considerado “el machazo” al tener enamorada, pero si la mujer quería ir a la fiesta con el chico que le cortejaba, era considerada por el padre y la madre como una “cualquiera” y se ganaba un reverendo castigo.

Éstas y más escenas me comenta mi madre en las tantas charlas que tenemos, ella se sorprende de mi soltura al hablar y escribir de ciertas cosas, admite que al principio le sonrojaba que sea tan sincera con temas que para ella todavía son tabú. Con frecuencia recuerda las veces que su hermano hacía correr a sus pretendientes a disparos o las veces que se ponía celoso y de una patada la tumbaba al piso, dolor que se ha quedado hasta hoy instalado en su cuerpo y en su alma.

Para mi mamá esa época y esas actitudes, eran sinónimo de protección, era tan normal la actitud anormal de mi tío y la única salida de ese infierno fue casarse muy joven, con alguien que en realidad no valía la pena. No vivió, no supo qué era la libertad, porque un monstruo (su hermano), le mostró la peor cara de la violencia. Con el tiempo, mi tío se convirtió en un hombre que aceptó una y mil cosas de sus hijas, por eso, no se debe escupir al cielo, porque en tu cara puede caer… ¿Cosa de locos o Locos en casas?

¿Mis abuelos nacieron machistas? ¿Mi tío nació machista? ¿El que quemó a Evy Agreda nació machista? ¿El que golpea a su mujer a diario nació machista? ¿El jefe que condiciona a su secretaria nació machista?

El machista no nace, se va haciendo poco a poco, desde los primeros años de su vida, con lo que ve y lo que oye a su alrededor; el entorno escolar y la familia influyen en sus comportamientos violentos, que a veces aparecen con sólo doce o trece años, por ejemplo, el adolescente que prohíbe a su enamorada usar faldas o el que desde el colegio hace notar su poder sobre la mujer, una cachetada para que aprenda y listo, se vuelve más popular.

Muchas mujeres a tierna edad ponen fin cuando se dan cuenta que su relación da señales que es nociva o cuando son víctimas de episodios violentos. Sin embargo, hay otras que adoptan una actitud pasiva y sumisa hacia el hombre, incluso creen que ése es el rol que les corresponde representar.

El machismo no nace, se hace y no sólo por los hombres sino por las madres y las abuelas, sin darse cuenta crían holgazanes, niños violentos que son potenciales y peligrosos agresores. Un niño acostumbrado a que toda respuesta sea SÍ, será un hombre que no acepte un NO, ténganlo por seguro.
Mientras tanto, nosotras seguiremos MOJADAS, mojadas de lágrimas derramadas de dolor por las heridas, por el alma, por los sueños rotos. MOJADAS por la sangre que nos salpica, porque cuando una es golpeada, todas lo son; cuando una muere, todas morimos.
Yo no quiero seguir mojada y ¿tú?

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