La madre del Divino Niño Jesús, la Virgen María, ha sido una señorita, que no necesariamente vivía de rodillas en el templo; sino, una persona de sanos sentimientos, llena de bondad, de un corazón puro. Al aceptar ser la esclava del Señor, fue anunciada por el Arcángel San Gabriel que su prima Isabel estaba embarazada a pesar de su avanzada edad. De inmediato María fue en camino a la casa de su prima a brindarla su apoyo porque sabía que realmente necesitaba. Así ella expresa la grandeza de su humildad, que estando embarazada nada más y nada menos del Espíritu Santo de DIOS, se pone al servicio de quien más la necesita. Gesto que luego su hijo Jesús hiciera al lavar los pies de sus discípulos, porque debería hacer entender que debes ser último si quieres ser el primero, que primero debes servir si quieres ser servido. La respuesta Espiritual del futuro bebé Juan Bautista fue alegrarse sobremanera al sentir el acercamiento del hijo de Dios. ¿Cómo no alegrarse al sentir este acercamiento? Dichosa la persona que experimenta este acontecimiento de estar cerca de Jesús, de Dios, del Espíritu Santo. Luego, Juan anuncia la llegada de Jesús y que si él Bautiza con agua, el que viene bautizará con el fuego del Espíritu Santo; y que no se sintió a la altura de bautizarle al propio Señor Jesús; sin embargo, a su pedido expreso, accedió, para que se cumplan las Escrituras.
Este nacimiento ha resquebrajado radicalmente la vida humana, la ha partido en dos: El Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Nadie puede dudar ante flagrantes evidencias. La presencia de Jesús en la tierra no solamente ha enriquecido de sabias enseñanzas, sino fundamentalmente, ha demostrado la verdadera vida de la humanidad con la propia vida de Él. El nacimiento de Jesús, quiere decir también, que la persona debe nacer de nuevo cada día, no solo en apariencia, con el color de la piel, sino debe nacer profundamente desde el fondo del alma, y demostrar con actos, con hechos, y ser cada día testimonio de vida, ejemplo que trasciende en la vida de las demás personas. Dios envió a Jesús, su único Hijo, a vivir entre nosotros, para que veamos en vivo y en directo, la forma de cómo debe ser la vida santa de las personas, amándose unas a otras, siendo solidarias, hablando la verdad, respetando el medio ambiente que es su bendita Creación.
El Nacimiento de Jesús, es el nacimiento diario de la persona, no importa lo que hasta ayer fue, porque con este nacimiento, la persona se carga de rica esperanza de convertirse desde ahora en una nueva criatura, con visión clara de ser testimonio de una vida nueva, recargada de energía positiva. Nadie puede levantar la mano de la inocencia, de haber estado libre de tentaciones, de no haber cometido pecado. Nadie puede tirar la primera piedra de la santidad. Nadie debe dejar de mirar el tronco que tiene en su ojo. No. La persona debe ser la suficientemente responsable para reconocer sus debilidades humanas y que ha cometido pecados tras pecados. Pero, son pecados cometidos en el pasado. Son pecados de ayer. Pero, de ahora en adelante, la persona debe cumplir el juramento de ofrecer tenaz resistencia a las toneladas de tentaciones que llegan a cada instante. El cumplimiento de ese ofrecimiento de resistencia al pecado es el reto avasallador que debe doblegar las tentaciones, así como fue tentado el propio Jesús en el desierto. No es que la vida humana está en el paraíso sin tentaciones; no, sino, la humanidad está llena de ellas y con la pureza de nuestro corazón debemos andar por el camino recto. Por eso, necesitamos este Nacimiento de Jesús, que nazca en la profundidad de nuestro corazón.