A través del cristal
Por: Willian Gallegos Arévalo
Julio Cotler ha calificado de manera lapidaria a Luis Castañeda Lossio, ex alcalde de Lima, ex candidato a la presidencia de la República y ex de todo, o casi de todo. “Es gris y pusilánime”, dijo de Castañeda el conocido sociólogo. Y para los memoriosos [o sea, para nadie, excepto el infrascrito], en julio de 1978, Cotler diría en la televisión limeña una frase muy dura sobre Víctor Raúl Haya de la Torre que afectó a los apristas que lo recordaron en la concentración de las fuerzas de Indoamérica en la Plaza Bolívar, en la mañana de instalación de la Asamblea Constituyente, donde se presentaban desafiantes, soberbios y jubilosos: serían mayoría en la Asamblea y, tanto, que Andrés Townsend Escurra, antes que abandone el aprismo, diría que “aun antes de las elecciones ya sabíamos que íbamos a ganar; solo queríamos saber por cuanto”.
Pero debo confesar que escribir esta crónica me produce cierta vergüenza, pues en el año del 2000, previo a la “recuperación” de la democracia, cuando el autócrata se aferraba al poder, me adscribí a la propuesta de Luis Castañeda Lossio siendo un asiduo concurrente a su local partidario ubicado en la segunda cuadra del Jirón San Martín, en Tarapoto. A ese local llegaban Flor de Belén Angulo Tuesta, mi candidata al congreso, Mario Gonzales Inga, Jorge Valiente Espino, y muchos otros, donde discutíamos sobre las cualidades de “nuestro” líder y su viril enfrentamiento a la dictadura. Incluso, como demócrata convencido y militante, cuando por mis actividades recorría el departamento, hacía una campaña por el personaje que ahora conocemos como “El Mudo”. En ese local, cierta noche, Adolfo Bedoya del Águila, inteligente analista de filiación aprista, nos dio una cátedra sobre política y cómo debería enfrentarse al dictador y a sus secuaces.
Mi percepción sobre Castañeda comenzó a cambiar cuando, sin respetar a sus candidatos y militantes nacionales, toma la decisión personal de renunciar a la candidatura dejando con los crespos hechos a todos quienes creíamos en él. Nos dejó desconcertados, lo que originó un caos, a la par que todos nos sentimos vejados y ninguneados. ¿Qué explicación encontrar a la actitud del individuo a quien habíamos considerado un líder?
Por esos días, cierta mañana me encontré en Lima, cerca al emporio de Gamarra, con Israel Pérez Amasifuén, cuando conversamos el tema Castañeda. Fue entonces que tuve una revelación cuando Israel desnuda a Castañeda en su personalidad: un tipo soberbio, vanidoso, creerse el único, dejar con la palabra en la boca a quienes no coinciden con él, abandonar los cónclaves convocados por él sin ningún respeto al expositor, considerar a los otros como sus peones, tener una autoestima espuria, por no decir enfermiza y desubicada.
La campaña de la revocatoria en contra de Susana Villarán nos presenta a Luis Castañeda Lossio no solamente como un tipo “gris y pusilánime”, sino a un sujeto indigno y cobarde. Cobarde, porque actuó en la sombra, usando a un “pobre mequetrefe” –como calificó Augusto Álvarez Rodrich al ´impresentable´ Marco Tulio Gutiérrez– por su obsesa y enfermiza intención de recuperar la alcaldía limeña al que ha considerado feudo propio. Indigno, porque solo un sujeto de baja autoestima, y sin el menor respeto a la ciudadanía, puede mostrar las actitudes como lo hacen los podencos de la política. Y esto ocurre porque nuestra permisividad como ciudadanos da lugar a que funjan de políticos los bastardos, aventureros, y no solamente los “grises y pusilánimes”.