En el tiempo que vengo ejerciendo el periodismo, nunca me había llegado una carta de las características que presentamos en la página tres. Todo ciudadano medianamente ilustrado conoce que no se puede limitar la posibilidad de recordar a alguien, menos aun si se trató de un amigo tan entrañable como Carlos González, con quien compartí muchos viajes a diversos puntos del país y a quien yo le tuve un gran respeto y cariño.
He tenido discrepancias con él de toda índole y hasta con respecto a lo que yo llamé desde aquel tiempo, cuando conversábamos, como televisión basura. Le expresé mi punto de vista sobre lo que hacía su hijo, porque si algo me caracteriza es ser directo.
No hizo aquello que perdiéramos la amistad. No obstante, lo que sucede hoy en la televisión ya es un extremo. Los niveles asquerosos a los que está llegando la televisión, con la emisión de programas como Amor Amor Amor y demás, influyen de forma vomitiva sobre la comunidad y hasta el conductor que se mete con hermanos, esposos y madres e hijos, merece un cuestionamiento… de su propio hermano.
Es por eso que me parece surrealista que pretendan censurarnos, cuando quien debería serlo es el tal Peluchín…