Hace unos días me comentaba uno de mis jóvenes y talentosos alumnos de piano, Joshua Nemi Vecco, sobre el sonado estreno de la película “Oppenheimer” y que iba al cine a verla con sus amigos. Le dije a Joshua que yo tenía referencias sobre Oppenheimer (y a Edward Teller…) desde hace aproximadamente 25 años, pues inmediatamente vinieron a mi memoria visual las imágenes de una magnífica revista chilena que aún tengo a mano y que era uno de los preciosos documentos de la biblioteca de mi padre, Don Pietro Marquina.

En efecto, ahora sé que todo documento que pasa por nuestra vida encontrará la mejor utilidad llegado su momento, pues me toca “desempolvar” aquella sustanciosa revista de 1971 titulada “Hechos Mundiales” (N° 42, año IV) y revisar sus geniales capítulos, que en este número están dedicados enteramente a la energía atómica y entre los cuales tenemos: “En Busca del Átomo Divisible”, “La Nueva Piedra Filosofal”, “El Silencioso Nacimiento de la Era Atómica”, “Por Qué los Nazis no Tuvieron la Bomba Atómica”, “El Día que el Sol Mató a Hiroshima”, “El Peso Moral del Átomo”, “Un Profeta del Apocalipsis” (Dedicado a Robert Oppenheimer) entre otros.

En aquellas lecturas de hace más de dos décadas, me llamaron especialmente la atención los títulos referentes a Oppenheimer (creador de la primera bomba atómica o de fisión nuclear), el húngaro Edward Teller (creador de la espantosa Bomba de Hidrógeno por fusión nuclear mucho más potente que la anterior) y el último capítulo dedicado al uso de la energía atómica para la Paz (“El Átomo: Un Amigo del Hombre”) pues coincidía con los ideales y pensamientos planteados por los ilustres Maestres Dr. Serge Raynaud de la Ferrière y Dr. David Juan Ferriz Olivares en la Fundación Magna Fraternitas Universalis (@magnafraternitasuniversalis).

Una de las imágenes de la revista que más quedaron en mi memoria, es esa foto del rostro muy huesudo y demacrado de Oppenheimer (según la tipología de Sheldon sería el típico “ectomorfo” o tipo del deber”, en quien predominan los nervios-cerebro y cosmobiológicamente correspondería a la conformación típicamente saturniana) encendiendo su pipa.

Supe pues que “había nacido en Nueva York, el 22 de abril de 1904.” Y que “asumió la dirección del laboratorio de Los Álamos [para la creación de la bomba atómica], en marzo de 1943, con 39 años.” Asimismo: “El secretario de Guerra, Henry L. Stimson, hablaría del ‘genio y don de dirección’ de ‘Oppy’ (…) ‘un hombre de ilimitada energía, notable sentido común, dotado de inmensa capacidad de organización’”

“Pero Oppenheimer no se alimentaba del halago y proseguía su trabajo. Se había rodeado de una élite de físicos: el italiano Enrico Fermi y el danés Niels Bohr, el inglés Chadwick, el húngaro Edwar Teller y sus compatriotas Szilard, Wigner y John von Neumann; los alemanes Hans Bethe y James Franck y el ruso Kistiakowsky, entre otros (…)”

Sin embargo, después de apreciar los terribles efectos de su horrenda obra “Robert Oppenheimer, padre de la bomba de Hiroshima, se negó a dar nuevas armas.”

Ello nos lleva pues a la reflexión ¡Ay! siempre presente de la amenaza atómica para la humanidad pues, como también reza un capítulo de esa valiosa revista “¿Habrá un Holocausto por Error? La Humanidad puede enfrentar una catástrofe por una falla en algún sistema de seguridad…”.

Ello también nos lleva dialécticamente a aquellas reflexiones del Maestre Dr. Serge Raynaud de la Ferrière quien señalaba en la década de 1950 el indispensable factor humanista y constructivo:

“Necesitamos esta re-edificación de la humanidad, pues estamos de acuerdo en proclamar la imposibilidad de seguir una vida como la actual. Por cierto, que no es con la bomba atómica como se puede salvar algo, pero la fuerza atómica es para que se emplee en su aspecto benéfico, entonces ¿por qué no hacerlo? Nos referimos al aspecto pacífico, al punto de vista armónico, mejor dicho, a la fuerza creadora. Los seres humanos de nuestros días piensan de una manera negativa sobre algunas posibilidades constructivas. Sin embargo, el problema tiene su solución si bien hay que recordar, que no es matando al Espíritu como se le puede curar. Sabemos, que el Espíritu está enfermo.”

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