Escribe: Marco Hidalgo Murrieta
Hay situaciones que se hermanan con la eternidad, o al menos que se entrañan con tu vida entera. Aunque en periodismo todo es incertidumbre.
Era un primerizo reportero de la sección provincias del prestigioso diario trujillano, La Industria. Mi primera chamba apenas salido de la universidad. Debía realizar un recorrido -en búsqueda de la noticia- a una provincia de la sierra liberteña llamada Santiago de Chuco, sí, la cuna de César Vallejo. Con la predisposición de aprender y conocer, agradecido me enrumbé a esa venturosa -por ser la primera salida a nuestro ande peruano- comisión periodística. Las directivas fueron simples, como para ganar cancha:
“Recorre las instituciones y averigua sus necesidades, planes o proyectos que tengan, y si encuentras denuncias, que te muestren pruebas que las respalden”, me recomendó el encargado de la sección regional, ya curtido en el tema. El diario en ese entonces, mediados de los noventas, era una privilegiada tribuna para exponer la inquietud del ciudadano, y en los pueblos más alejados, un embajador de las reivindicaciones populares.
Lo comprobé. Al mencionar el medio en el cual trabajaba, era tratado con gran respeto, e incluso con cierto temor.
El periodismo es un privilegiado espacio que se ha desprestigiado en los últimos años, cuyos principios se fueron relegando por otros intereses, económicos, en esencia, o de sobrevivencia, en casos más honrosos. La búsqueda de la verdad varió a la posverdad, con información ideologizada o que defiende intereses subalternos. Decir lo políticamente correcto con las herramientas del periodismo, sacrifica a éste, y atenta la libertad de expresión.
En las circunstancias actuales de negacionistas, conspiranoicos, de conceptos maniqueos, donde las fake news o noticias falsas viralizan información en las redes sociales, sin que ésta sea contrastada o confirmada por un medio de comunicación reconocido del cual también dudo, termino por aceptar aquella “noticia” cargada de subjetividad. La postura de que un medio de comunicación no es objetivo, ha consolidado la creencia de que el medio o periodista es mermelero, aquel que se pone al servicio de poderes particulares a cambio de dinero o favores de diverso calibre.
Sin embargo, el señalar como “mermelera” a la prensa también es una calificación despectiva de los poderosos de turno y su séquito de medios a su servicio hacia aquellos que los critican, que los denuncian, porque están contra el sistema. Los acusan de ser sirvientes de oenegés o ser manipulados por Soros, por ejemplo.
Ganarse el pan honestamente, donde el medio periodístico en el cual laborabas ejercía un servicio ciudadano y prestigiaba el oficio, que exaltaba las buenas acciones de las instituciones u organismos sin esperar nada a cambio, porque era y es su deber, no debe ser una práctica que invite a la nostalgia, sino a la reflexión por aquellos valores que no pierden vigencia.