Encontrarse con un ingeniero tiene otra significación. Es ser parte de ese escenario y disfrutar sus privilegios, y tanto, como lo recuerda una simplona canción que dice: “cásate con ingeniero que con él no pasarás hambre ni miserias”. Por eso, un saludo a los ingenieros.
Desde antaño se impuso el estereotipo del ingeniero como el tipo bien plantado, guapo, enrasado, de buena posición social y económica, con pantalón jean, camisa a cuadros y a colores, su sombrero al estilo tejano, como un Durango Kid o un Pecos Bill, vinculado con la gente. Y, para rematar: sus lentes oscuros, como si diera a entender que guarda un misterio o es el profesional de otro planeta. Ahí teníamos al ingeniero de antes, como nos lo recuerdan “Todas las sangres”, de José María Arguedas, o el drama “Collacocha”, de Enrique Solari Swayne.
La llegada del ingeniero a cualquier escenario es cambiar la escena: de un poco rutinaria o habitual, a otra de cierta solemnidad. Un ingeniero no es cualquiera. Se le asigna las preferencias, y ahí está él, capo, poderoso, el que tiene las soluciones a todos los problemas y respuestas a todas las preguntas, desde cómo tratar un ataque de pulgones, o informar de los grandes acontecimientos del mundo. Porque los ingenieros leen, se informan y caen bien a todo el mundo. El ingeniero es el “matador” y el centro de las reuniones, y las otras profesiones pasan a segundo lugar. Los ingenieros somos buscados por las chicas casaderas, y por las otras. Y ahí está el ingeniero. Ingeniero por acá, ingeniero por allá, ingeniero por todas partes. Y la familia que tiene un hijo, cuñado y yerno ingeniero adquiere un nuevo estatus. Y si padre, hijos y nietos son ingenieros, ya es lo máximo.
Tuve la suerte de vivir mejores épocas doradas de los ingenieros. En la mesa teníamos la preferencia de los pechos de gallina y los huihuanos estelares y presidir la mesa de las comilonas. En cambio, a los abogados, contadores y economistas les tocaba alita, entrepiernas y otras menudencias. Y no era discriminación ni nada, solamente una expresión de distinción natural a una profesión que promueve el cambio en el campo de la tecnología, porque los ingenieros tenemos la capacidad de la creatividad, la inventiva y la innovación.
El primer ingeniero fue el troglodita que descubrió que el fuego podía mejorar las condiciones de vida en las cavernas. Y desde esa época, toda la actividad humana es una actividad ingenieril que promueve el cambio en la sociedad. Pero los tiempos cambian. Ya pasamos de trescientos mil ingenieros en el Perú y pareciera que hemos perdido el privilegio de antaño. Durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado fueron los economistas los que adquirieron preeminencia. En los tiempos actuales, tan criminalizado y corrompido, son los abogados los que adquirieron preeminencia: los fiscales parecieran gobernar el país. Perdida ya la gloria de otros tiempos el ingeniero vive otras épocas: pero siempre tendremos el privilegio de la creatividad y la inventiva y el derecho natural a disfrutar de esos pechos lujuriosos y de los huihuanos estelares…. Como buenos ingenieros. (Comunicando Bosque y Cultura).