“¡Sí!, la columna era la de su propia cama, y suya era la habitación. ¡Pero lo mejor y más feliz de todo es que el tiempo que le quedaba por delante era su propio tiempo!” nos cuenta el narrador de “Canción de Navidad” de Dickens sobre el señor Scrooge, después que este decide cambiar su vida de avaricia e indiferencia por una de generosidad y amor.
Scrooge tuvo un encuentro con tres fantasmas y recapacita, se da cuenta que nadie se lleva consigo, siquiera una cosa, tras su muerte. Es un ejemplo que el camino del ser humano no es rectilíneo, ya lo decía El principito “que recto no se puede ir muy lejos”.
En la vida hay un constante zigzag, subidas y bajadas, triunfos y derrotas; realidad que difiere de la cultura de emprendimiento y de autoayuda, que cuando son llevados al extremo, no admiten ni la tristeza ni el fracaso pues si alguien no triunfa en lo que se propone es solo su responsabilidad.
Igualmente, con la ideología de la hiperproductividad se fuerza al ser humano a trabajar hasta convertirse en su propio tirano, laborar sin límites, estar ocupado siempre y al multitasking que han aumentado la depresión, la ansiedad, el estrés, los sentimientos de culpa, la falta de empatía y la desconexión con la realidad.
En pleno siglo XIX, inicio de la Revolución Industrial que sentó gran parte de las bases de lo que vivimos hoy, el escritor Robert Louis Stevenson afirmaba que “la mal llamada pereza, que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas no reconocidas por las clases dirigentes tienen el mismo valor que la laboriosidad” y que el estar “extremadamente ocupado es síntoma de vitalidad deficiente” ya que impide “gustos amplios y variados y un fuerte sentido de identidad personal”.
Bronnie Ware trabajó en cuidados paliativos con moribundos. En su larga experiencia compiló los cinco principales arrepentimientos que tenía la gente antes de morir: no haber tenido el coraje de vivir fiel a sí mismo sino a lo que esperaban los demás, trabajar tanto que se descuidaron ellos y a sus familias, no expresar sus sentimientos, positivos o negativos, no estar en contacto con viejos amigos y no permitirse ser más feliz.
El camino no es sencillo, pero cada uno lo traza. No olvidemos que la única lucha que se pierde es la que se abandona, además hay dos componentes exógenos, el contexto de nuestra realidad y los imprevistos, que delimitan, mas no impiden nuestro esfuerzo y determinación.
La universidad de Harvard inició un estudio científico en 1938, todavía vigente, con centenares de jóvenes (actualmente con sus familias también) sobre lo que realmente importa en la vida y mantiene a las personas felices y saludables. Una de sus conclusiones confirma que la gente más sana y feliz es aquella que se apoya en relaciones cálidas con familia, amigos y la comunidad.
El psiquiatra Robert Waldinger, actual director del proyecto, asegura que no se alcanza la felicidad con dinero ni estatus, tampoco con bienes materiales; no obstante, son importantes y, en algunos casos, influyentes para vivir. Asimismo, destaca que las personas que estaban más satisfechas con sus relaciones a los 50 años eran más saludables a los 80 en el cuerpo y en la mente.
No es tarde para la persona que está viva. Es momento para realizar acciones que han ayudado a otros seres humanos a alcanzar la felicidad. Practicar la gratitud, el perdón, reflexionar, meditar, involucrarse en actividades significativas para uno mismo. Salir a conversar, caminar, comer o tomar algo con amistades o la pareja, reemplazar tiempo pasivo de pantallas por tiempo con personas.
Sin embargo, cuando el trayecto de vida sea adverso se debe tener la capacidad de “adaptamiento”, es decir, salir adelante con las herramientas que tenemos siendo flexibles y resilientes. En El Hobbit de Tolkien, Thorin desde su lecho de muerte nos da una gran lección para tener en cuenta “si muchos de nosotros diéramos más valor a la comida, la alegría y las canciones que al oro atesorado, tendríamos un mundo más feliz”.
Oswaldo Diaz Chávez
Periodista y Docente de Literatura