Por Willian Gallegos Arévalo

Hay preguntas que quisiéramos formular a “nuestras” autoridades educativas, a altos y poderosos funcionarios, asesores, consultores y políticos: ¿Qué libros leen? Estamos seguros que si esas personas serían sinceras, sus respuestas darían lugar al horror. Y hacer una encuesta arrojarían las mismas respuestas de las candidatas en los concursos de belleza de antaño: todas decían haber leído a Mario Vargas Llosa.

El tema viene por aquello de que las evaluaciones arrojan que los escolares tienen una bajísima comprensión lectora: no entienden lo que leen. En estos aspectos, como en varios, la educación peruana es realmente catastrófica. Un estudio ha arrojado que “la absoluta mayoría de los estudiantes leen muy poco o casi nunca leen y cuando leen lo hacen con muchas dificultades y deficiencias en la comprensión lectora”. Pero, en general, la gente no lee. Y algunos que leen por accidente un libro por ahí creen haber descubierto la pólvora.

Los burócratas, ¿qué leen? ¿Cuál es la habilidad lectora en los servidores de la administración pública? ¿Cuántos diccionarios existen, por ejemplo, en una oficina pública? Las oficinas públicas ¿tienen archivos de libros y publicaciones? ¿Y por qué la gente no lee? Pues, contestar estas preguntas no es fácil, porque significará analizar problemas económicos, sociales, personales, en donde, claro está, también tenemos que involucrar lo político. En  una familia, en donde pasar el día con el mínimo de satisfacción de sus necesidades básicas es realmente una tragedia, ¿estarán predispuestos a leer? Pero que los burócratas no lean sí es trágico, aunque los congresistas no lo hagan. Pero el interés por la lectura se puede encauzar, como encausar a las autoridades que no leen ni siquiera Condorito.

Mis observaciones me permiten confirmar que las autoridades casi no leen. Los ciudadanos tampoco leen. Una visita de rutina a la biblioteca municipal de Tarapoto puede darnos indicadores que hay libros que nunca son pedidos por los escasísimos lectores. Decenas de libros, principalmente donados, nunca han sido abiertos. Si los mayores no leen, ni los propios propulsores lo hacen, ¿es ético pedirles a los escolares que lean? Pues ya dije en una crónica anterior, que  a las presentaciones de libros jamás asisten maestros, ni autoridades educativas, menos los “políticos”: siempre están los mismos de siempre. Entonces, ¿a quiénes debemos darles sus azotadas?… ¡A las autoridades educativas! ¿Habrá que decirles “¡al rincón quita calzón!”?

Para que la gente mayor lea deben diseñarse estrategias adecuadas y viables. Si bien se han establecido para los niños para mejorar sus niveles de aprendizaje, programas o planes como el Plan Lector y el Programa Estratégico Logros de Aprendizaje (PELA), las actividades que acompañan dichas acciones no son suficientes porque falta lo principal: compromiso e involucramiento de las autoridades y de los ´políticos´. Entonces, ¿si los mayores no leen, qué podemos esperar?

Porque la lectura debe servir para el mejoramiento y la superación de las personas y no para la fanfarronería y el lucimiento. Una sociedad que lea será menos permisible y poco proclive a tolerar la corrupción y deshonestidad de los malos políticos: la madre de las corrupciones…Y con lo que anuncia Ollanta: ¡Sálvese quien pueda!