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lunes, diciembre 9, 2024
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Respuesta del cacique Piel Roja al presidente de Estados Unidos (II Parte)

No hay un solo lugar calmo en las ciudades del hombre blanco. No hay un lugar donde se pueda oír el desplegar del follaje en la primavera o el zumbido de las alas de un insecto. Pero tal vez así sea por ser yo un salvaje que nada comprende. El barullo de la ciudad parece insultar los oídos. ¿Y qué vida es aquella si un hombre no pueda escuchar la voz solitaria de la garza o de noche, la conversación de los sapos alrededor de un estanque? Soy un hombre rojo y nada comprendo. El indio prefiere el suave susurro del viento que acaricia la superficie del lago y al olor del propio viento purificado por la lluvia del mediodía, oliendo a pino.

El aire es precioso para el hombre rojo, porque todas las criaturas respiran en común, los animales, los árboles, el hombre. El hombre blanco parece no percibir el aire que respira. Como un moribundo en prolongada agonía, él es insensible al aire fétido. Más si te vendiésemos nuestra tierra, tendrás que recordar que el aire que él sustenta. El viento que dio a nuestro bisabuelo su primer soplo de vida, también recibe un último suspiro. Si te vendiéramos nuestra tierra, deberías mantenerla reservada, hecha un santuario como un lugar al que el propio hombre blanco pueda ir a saborear el viento endulzado con la fragancia de las flores campestres.

Así pues, vamos a considerar tu oferta de comprar nuestra tierra. Si decimos aceptar, pondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como si fueran sus hermanos.

Soy un salvaje y desconozco que pueda ser de otra manera. He visto millones de bisontes pudriéndose en la pradera, abandonados por el hombre blanco que lo abatía a tiros disparados desde un tren en movimiento. Soy un salvaje y no comprendo cómo un humeante caballo de fierro puede ser más importante que el bisonte que nosotros matamos apenas para el sustento de nuestra vida.

¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales acabasen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo cuanto acontece a los animales, luego acontece al hombre. Todo está relacionado entre sí.

Debes enseñar a tus hijos que el suelo debajo de sus pies son las cenizas de nuestros antepasados. Para que tengan respeto al país, cuenta a tus hijos que la riqueza de la tierra son las vidas de nuestra parentela. Enseña a tus hijos lo que a su creador. Los blancos también van a acabar. Tal vez antes que todas las otras razas. Continúa ensuciando tu cama y has de morir una noche sofocado en tus propios desperdicios.

Por lo tanto, al parecer, ustedes brillarán con fulgor, abrazados por la fuerza de Dios que los trajo a este país y, por algún designio especial, les dio el dominio sobre esta tierra y sobre el hombre rojo. Ese destino es para nosotros un misterio, pues no podemos imaginar cómo será cuando todos los bisontes sean masacrados, los caballos bravíos domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el hedor de muchos hombres y la visión de las viejas colinas esté empañada por un enjambre de hilos que hablan. ¿Dónde quedará el enmarañado del bosque? Habrá acabado. ¿Dónde estará el águila? Irá a acabar. Solo quedará decir adiós a las golondrinas y a la caza. Esto es el fin de la vida y el comienzo de la lucha por sobrevivir.

Comprenderíamos, tal vez, si conociéramos con qué sueña el hombre blanco, si supiésemos cuáles son las esperanzas que trasmite a sus hijos en las largas noches de invierno, cuáles son las visiones del futuro que ofrece a sus mentes para que pueda formar deseos para el día de mañana. Somos, sin embargo, salvajes. Los sueños del hombre blanco son para nosotros ocultos. Y por ser ocultos tenemos que escoger nuestro propio camino. Si consintiéramos, será para garantizar las reservas que nos prometiste. Allá tal vez podamos vivir nuestros últimos días conforme deseamos.

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